Maria Teresa Aláez García
Música solitaria.
Primero se hizo el silencio. Dentro y fuera de mí.
Fue un silencio acogedor que me tranquilizaba y me daba esperanza.
Tenía todo el tiempo a mi favor y ni siquiera corría. Podía deleitarme con cada una de las pequeñas cosas que sentía, veía, imaginaba, escuchaba.
Tenía en media hora, todo el tiempo del mundo.
No existía el reloj para mí.
Era todo el tiempo y el espacio inmenso en mí y fuera de mí. Por una vez formaba parte de todo y me sentía integrada en todo, y todo se integraba en mí. No había orden ni concierto ni caos. Simplemente se era y se existía.
Sentí felicidad. Sentí tranquilidad. Sentí sosiego. Sentí paz, paz interior, mucha paz.
Sentí amor por mí misma y por todo el universo.
Por unos momentos, creí sentir a Dios.
Y la alegría me inundó. Me llenó, me activó y me movió a realizar pequeñas cosas, a crear nimiedades que, ensambladas, formarian grandes cosas. Cosas que estarían ahí para quien quisiera cogerlas. Cosas preciosas, útiles, maravillosas. Cosas que nadie querría porque no sabrían que hacer con ellas, posiblemente. Pero en las que no encontraban la felicidad.
Eran sentimientos, más que cosas. Eran experiencias, ilusiones, esperanzas.
Y, de repente... sonó el teléfono.
(c) María Teresa Aláez García.
Fue un silencio acogedor que me tranquilizaba y me daba esperanza.
Tenía todo el tiempo a mi favor y ni siquiera corría. Podía deleitarme con cada una de las pequeñas cosas que sentía, veía, imaginaba, escuchaba.
Tenía en media hora, todo el tiempo del mundo.
No existía el reloj para mí.
Era todo el tiempo y el espacio inmenso en mí y fuera de mí. Por una vez formaba parte de todo y me sentía integrada en todo, y todo se integraba en mí. No había orden ni concierto ni caos. Simplemente se era y se existía.
Sentí felicidad. Sentí tranquilidad. Sentí sosiego. Sentí paz, paz interior, mucha paz.
Sentí amor por mí misma y por todo el universo.
Por unos momentos, creí sentir a Dios.
Y la alegría me inundó. Me llenó, me activó y me movió a realizar pequeñas cosas, a crear nimiedades que, ensambladas, formarian grandes cosas. Cosas que estarían ahí para quien quisiera cogerlas. Cosas preciosas, útiles, maravillosas. Cosas que nadie querría porque no sabrían que hacer con ellas, posiblemente. Pero en las que no encontraban la felicidad.
Eran sentimientos, más que cosas. Eran experiencias, ilusiones, esperanzas.
Y, de repente... sonó el teléfono.
(c) María Teresa Aláez García.
(c) En el enlace, una pieza de Ganson & Glass. Kyoko's House de Mishima.
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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 22.10.2006.
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