El envejecimiento de la eternidad rompe nuestras magias, aún sin ser adictos a los espejos ni partícipes en el juego de odiosas comparaciones. Antes y después desplegados desde el mismo eje. Nos observamos diciéndonos: “mírame en qué me he quedado”. “Seré o no seré de mí en adelante”. Quedará un retraimiento interno tallando un prolongado grito desgarrador, ese ahogo que no querrán escuchar otros. Una generacional lección natural aprendida, evolucionándonos para anestesiar el dolor de la mente. Como Cristo desde su última frase: “Dios mío, por qué me has abandonado”. Mientras se apaguen paulatinamente las luces del largometraje, repasando con flashes lo vivido, buscando por donde hubo. Creyéndonos ir hacia un túnel de luz, pero en realidad todo nos conducirá a ninguna parte. Le guste a quién le guste, por muchos pataleos e injurias entre los escépticos de las verdades.
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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 02.06.2012.
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