Terciopelo y arena

Caminaron en la playa atados solo por el soplar salado del viento que los abatía como simples títeres del destino bailando al compas de la soledad que pronto los azotaría con la fuerza demandante y cristalina del mar, grisáceo y turbio que los acompañaba rugiendo en la monótona tarde de septiembre.
Ella había decidido hace tiempo que no le quedaba más que entregarle a este hombre, el tiempo en si no era importante, solo el hecho que se sentía drenada por dentro. Vacía como las conchas esparcidas en la arena. Quería soltar su mano con desesperación pero no podía. Estaba asustada de envejecer sola. El tiempo apremia y en su sabiduría es traicionera y juguetona. El había decidido casarse con ella. No por una razón en especial, solo creía que eso acabaría con el velo de monotonía que había descendido, envolvente y asfixiante sobre su relación desde hace algún tiempo. No tenía una idea en particular de cómo procedería de ahí, pero, estaba dispuesto a experimentar. No estaba seguro si la amaba. No estaba seguro si alguna vez había amado a alguien más, pero era tiempo de reflejar un poco mas de madurez y llegar al siguiente nivel. En caso de no funcionar siempre podía buscar a alguien más. La arena estaba rasposa y frágil bajo el peso de sus cuerpos indecisos, se hundían y avanzaban tortuosos por la costa. En su silencio el chirrido de las gaviotas parecía absoluto, anunciando que la noche caería pronto y era tiempo de volver. Hacia frio y el viento lastimaba sus ojos. El se soltó de su mano para colocarse frente a frente. Una señal, pensó ella y tomando valor le dijo “no te entiendo muchas veces, en un día horrible ¿Por qué vendríamos a la playa?” él lo encontró gracioso sintiendo la pequeña caja de joyería rebotar en el bolsillo de su rompe vientos “quería darte una sorpresa. Soy malo con las sorpresas, nunca resultan como lo imagine” su sonrisa era casi cómica, como la de un niño travieso que quiere justificarse sin argumentos. Ella apretó sus puños “creo que deberíamos terminar esta relación aquí. Llevo un tiempo pensándolo y no sé si pueda esperar más” la sonrisa se desvaneció. El la miro de pies a cabeza, pensando en que decir, era verdad que las cosas no eran de cuento de hadas pero terminar…
Ella lo miro esperando una respuesta. Si bien, en un principio, su sencillez y falta de espíritu combativo la cautivo su silencio la irrito más de lo que podía pensar “¿Por qué? ¿Enserio es lo que quieres?” ella asintió en silencio “no hace falta explicarlo, solo creo que hemos llegado hasta nuestro limite, no podemos avanzar más” el agacho la mirada, sus pies mancillados por el lodo y las conchillas pulverizadas se veían decadentes desde su perspectiva, sintió un gran pesar en el alma, como esos que arrastran a las doncellas al mar en las historias de Neruda.
Apretó con fuerza la cajita aterciopelada y extendiendo su mano la dejo caer en la arena. “no entiendo muchas cosas de ti tampoco. Supongo que siempre será así. E vivido siempre sin saber cómo ruge el mar y seguiré sobreviviendo. Ten un buen viaje” se dio la vuelta y empezó a caminar. No miro atrás aun que quería hacerlo. Ella se agacho y mirando el pequeño anillo empezó a llorar en silencio. El había comprado su libertad.
Ella se alzo dando la media vuelta, comenzó a caminar en sentido contrario.
Las olas ya habían borrado aquellas huellas que hace solo unos momentos habían dejado juntos, de mano en mano caminando por la arena. Hasta las olas parecían haber amansado su rugido mientras más ligera, su alma no mancillaba la orilla del mar.

• Autorensteckbrief von Eden Deckard
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