Juan Gaes

El impecable ocio.

Tomo el bus hacia mi apartamento, voy razonando en el oscuro trayecto, quien soy, quien era, se que todo está jodidamente mal. Que haré con mi vida. Que será de mí. Es increíblemente irrisorio lo que está ocurriendo, pero no lo es para mí, es un suceso impecablemente serio. De vida o muerte. Que sentido tiene la vida. La peor desgracia es nacer. Toda la plaga en su rutina. Es mas grato morir rápido, que vivir ochenta años solo, ente la peor basura: la humanidad, la plaga máxima. Veo un indigente caminar, sonriendo, feliz, no entiendo como lo hace. Un loco repartiendo libros gratis, debe ser la biblia, pensé. Ninguna persona siente el mas minimo deseo de hacerse a mi lado, que afortunado soy. Le observo el arma a un policia, sintiendo el mas delicioso deseo de quitarsela y dispararme, de tal manera que la bala impacte en el puente de mi nariz. No es curioso que siempre he soñado con eso.

Veo el hermoso edificio que guarda mi apartamento. Desciendo del bus, escucho el ruído de la fricción cinética de mis zapatos contra el áspero suelo. Camino ociosamente hacia la infraestructura, usando mi sistema límbico para decidir que hacer luego, si contratar una prosituta o masturbarme, cocaína, cerveza, fumar un exquisito porro. Estoy muy ocioso. Y quiero matar esa ociosidad. O mejor, matarme.

Mis manos terminan de cerrar la puerta de mi propiedad y veo de nuevo la silueta de la mujer, aguardando en el balcón. Se traslada, haciendo un lento desplazamiento mientras queda totalmente desnuda al quitarse la suave y delicada bata roja que lleva. Su pulcro cuerpo provoca en mi un sentimiento de excitación y deseo, mi cuerpo le hace honor: una erección. Me muevo como niño curioso hasta la habitación. Me da una señal, llamandome con su hermosas manos. No lo dudo e inmediatamen quedo desnudo. Mis labios rozaron y encajaron con los carnosos labios ajenos de aquella mujer. La cama estaba decorada con atractivos cojines, perfectos para la ocasión. Creí que desmayaría de la emoción, frotaba su delicada piel, tibia y suave. Nuestras carnes, abrazadas y enlazadas. Hundí mis genitales en el punto exacto. Una penetración perfecta, nunca antes me había dado cuenta de mi talento, de mi vigor. Estábamos ahí, apasionados. Nunca quería acabar. Alcanzé mi primer coito. Me sentí en el cielo, conectado con el universo. Cerré mis ojos unos cuantos segundos. Al abrirlos no había nadie, solo yo estaba ahí. Utilizando los dedos de mi mano izquierda, realizando un acto sexual en solitario. Volvía a ocurrir de nuevo. Estaba solo. Un sentimiento de locura me trasnocha de nuevo. Son las dos y diez de la madrugada, el deleite y la tentación de arrojarme por la ventana, provoca mi determinación a elaborarlo.

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 16.02.2013.

 
 

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