Francisco Manuel Silva

Niña montonera (una ficción con mucho de realidad)

Transcurrían por entonces los maravillosos, románticos, inolvidables, aunque también turbulentos setenta. Pero la complejidad de esos años constituyeron una década que nos marcó a sangre y fuego, culminando con la más terrible dictadura cívico-militar que aniquiló a mansalva a toda una generación, desmanteló la industria nacional, hipotecó al país, nos sumergió en una guerra tan absurda como humillante y nadie, nadie pensaba que la muerte no justifica ningún proyecto futuro. Entre otras cosas, dejó heridas incurables, cicatrices en el alma, odio por doquier y miles de historias inconclusas; entre ellas, la tuya y la mía, aunque por separado, el cruel destino nos haya obligado a escribir otras.

Eras el rubio amanecer en la primavera de mis días juveniles, la quimera de un sueño imposible hecho realidad, la mágica poción que calmaba todas las dolencias, la suave melodía que acariciaba mis oídos, el dulce fruto que invitaba a ser saboreado y el fresco manantial donde mis labios corrían a saciar su sed. Con tus dulces dieciséis transformabas mis días tristes en un arco iris multicolor, los iluminabas con tu sonrisa dorada y me hacías inmensamente feliz con el cristal de tu risa, llegando a sentir que tu corazón y el mío poco a poco se iban convirtiendo en uno sólo. ¡¡No sabés cuánto te quiero!!

Por aquellos días la política y el romanticismo caminaban de la mano, “El Ultimo Vals” de Engelbert Humperdinck o “Ayudadme” de Camilo Sesto, compartían armoniosamente el éter con “A Desalambrar” de Daniel Viglietti y el inmortal “Hasta Siempre” de Víctor Jara. Hubo quienes tuvieron un fuerte compromiso militante y se involucraron de lleno a una causa que consideraban más que justa y comenzaron a servir a la causa popular desde la militancia más comprometida. Con tus dulces dieciséis te habías convertido en una niña montonera, llena del ímpetu y la inquietud que caracterizaba a los jóvenes setentistas. Eras nada más y nada menos que un soldado de Perón.

Cuando estábamos juntos, solíamos quedarnos pensando en lo que sería de nuestro futuro mientras desenvolvíamos un enorme bagaje de sueños por realizar y toda una vida para compartir. Pero los sueños, sueños son, y como tales, al despertar se terminan desvaneciendo. Te perdí una tarde de marzo sin mediar explicación, y entre lágrimas y reproches, la militancia terminó por separar nuestras vidas, como separó la de muchos argentinos. Con el corazón hecho pedazos al poco tiempo comencé una nueva historia, y nunca supe ni entendí el motivo por el cual decidiste abandonarme, una duda que ardiera en mi pecho por más de treinta años. La colimba, el golpe, la violencia, la represión, el exilio, el casamiento, los crímenes de lesa humanidad, los hijos, la Guerra de Malvinas, tu recuerdo, el retorno de la bendita democracia que supimos conseguir y todas las idas y venidas por mantenerla, pasaron sobre mí cómo un indescriptible torbellino de años, cómo un huracán que arrasa todo cuánto encuentra a su paso; mi cielo se quedó sin estrellas y junto con mi corazón naufragó en los setenta. ¡¡No sabés cuánto te quiero!!

Del mismo modo en que el duro destino nos separó por tres décadas, la tecnología digital hizo posible nuestro reencuentro. Abrazarte con los ojos cerrados para revivir imágenes de nuestra juventud, sentir sobre el pecho la fuerza del latido de nuestros corazones, apretarnos las manos con fuerza como si se tratara de la última vez, acariciar suavemente tu mejilla con mis labios, dejar pasar el tiempo en silencio mirándonos a los ojos, hacer un breve balance de nuestras vidas separadas y por fin, después de treinta y cinco años conocer el verdadero motivo por el cual te alejaste de mi vida: —Para cuidarte…— me dijiste —…Y partí al exilio. Fuiste lo mejor que me pasó en la vida— concluiste. Maldigo la militancia que te arrebató de mi lado. Maldigo haberme resignado a que te vayas así porque sí. Maldigo haberte guardado en mi corazón. Maldigo tu silencio. Maldigo mi ingenuidad. Maldigo soñar cada noche que despierto a tu lado. Maldigo mi cobardía de no dejar todo para aprobar una asignatura pendiente, y la tuya, por miedo a reconocer que sentís por mí, lo mismo que siento por vos. ¡¡No sabés cuánto te quiero!!

La niña montonera es toda una señora hecha y derecha, madre, empresaria y cerrada al amor. Yo no me resigno a perderla otra vez. Pero ella, mantiene intacto el ímpetu y la inquietud de sus dulces dieciséis, como así también el fuerte compromiso militante de servir a la causa popular, porque todavía sigue siendo nada más y nada menos que un soldado de Perón.

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 10.01.2012.

 
 

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