Oh, señor! Un impresionante cerdo rosado pálido, un orondo y voluminoso cerdo trajeado cebado con los manjares más exquisitos presidía la pequeña compañía de intelectuales que debatían acalorados en el nombre sagrado de la anhelada libertad. El orador y conferenciante se presentó arrastrando sus pesadas cadenas, qué escándalo, con su cuerpo desnudo recubierto de llagas amarillas que ardían sin piedad. Los asistentes lo amarraron a la cruz que presidía la sala con las mismas cadenas que arrastraba el charlatán y le restregaron sal por las heridas, hecho que excitó vivamente su curiosidad. Le ofrecieron, luego, un vaso de ron, para animar la tertulia pero el conferenciante lo rechazó enojado. Los concurrentes más osados empezaron a lanzarle piedras y a escupirlo cruelmente sabiendo que así satisfacían a aquel pobre condenado hasta que aquel señor orondo y virtuoso, aquel cerdo rosado y cebado con aquel cariño propuso darle de beber su cálida orina en un cáliz de plata. Qué espectáculo tan estremecedor! Aquel pobre condenado presidiendo el acto, crucificado y con sus llagas excitadas por la sal del mar, bebiendo aquella cálida orina entre lágrimas de placer. Los asistentes lanzándoles piedras y escupitajos entre gritos e insultos, mas todo en el nombre sagrado de la anhelada libertad.
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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 01.03.2011.
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