Carlos Mª Martorell de la Puente

Dices que quieres ser mi enemigo.

 Dices que quieres ser mi enemigo. Su cadáver resplandecía como un lienzo. Cuando yo superé los acantilados y rodeé el castillo y conquisté a la heroína que cabalgaba veloz. Gané aquella partida interminable de cartas con el diablo y mi barriga se inflaba más y más y me reía de lo que entonces entendía por amor. Te propones ser mi enemigo cuando recorro los jardines de Barcelona recogiendo reflejos azules con un brazo alzado siguiendo la pauta de la música, a la vez que mis ojos se recrean con el primer parpadeo de la noche. Su cadáver descansaba blanco y reluciente y yo no entendía nada. Mi rabia y mis perros hambrientos aguardaban para asestar esta vez el golpe definitivo, cada vez que atentaban contra mi libertad, contra mi corazón abierto. Quieres ser mi enemigo a pesar de que mi alma encogida cuenta los versos y con la disciplina de un prestidigitador los recito tranquilamente a los centinelas de la fortaleza. Cuando lloro amargamente cuando me abandonan solo. Cuando tiemblo miedoso por la noche. El cadáver blanco y reluciente parecía reflexionar con la extraña actitud de un crítico de arte. Era el punto donde acababan todas las preguntas imaginables. Dices que quieres ser mi enemigo, pero el mar y las aguas siempre se extenderán azules y conciliadoras como un vaso de agua que se le tiende al sediento. Su cadáver emitía parpadeos como una luciérnaga, como un gusano de luz. Quieres ser mi enemigo a pesar de que atravieso la montaña de la ciudad los días desiertos sólo con una reserva de agua, escuchando mis propios pasos en el polvo del camino y a veces celebro la aparición de las mariposas blancas y aquella ermita en la roca. Que quieres ser mi enemigo y yo persisto incansable tras las auroras y las luces que centellean allá lejos y el faro inmenso se alza en el límite, sólo a un paso de mi caída irremisible y definitiva. Yo era extrañamente feliz contemplando su cadáver y tú quieres ser mi enemigo. Por que atravieso nadando todas la playas y desafío los tiburones, por que sonrío cuando desenfundan la espalda y mi bicicleta recorre una y otra vez las ramblas de Barcelona que son la corteza del planeta tierra. Su cadáver cansado reposaba y su compañero golpeaba furioso en el cristal. Quieres declararme la guerra porque sólo me defenderé con mis poemas cansados, con mi canción que se apaga, agitando mis brazos en el aire. Quiere ser mi enemigo y las gotas de lluvia son mis lágrimas que lamentan como se acaba otro día y tendré que correr delante de mis fantasmas nocturnos, perseguido por mis pesadillas. El cadáver gritaba desesperadamente pidiendo ayuda, suplicando perdón y yo era extrañamente feliz. Sólo con una reserva de agua me extravié en el jardín y apareció aquel hombre extraño, con la cara descubierta sobre su motocicleta, luego del vendaval que barrió el camino principal y los jardineros me miraban incrédulos.

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 26.02.2011.

 
 

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