Juan Haro Rodríguez

Burbujas de lamento

No soportaba ni las esperas ni los retrasos. La falta de puntualidad hacía repiquetear sus tacones contra el suelo, cuando se cansaba de aquel ritmo de espera, desaparecía del lugar de encuentro sin mas.

Sólo en aquella semana había repetido esa escena unas tres o cuatro veces. Aun así continuaba acudiendo a aquellas citas con el mismo entusiasmo. Siempre se citaba en el mismo banco de la misma plaza de idéntica ciudad. Parecía un lugar estratégico, conocía todas las rutas posibles que topaban con aquel destino y eso le hacia sentir mucho más cómoda. El lugar y la puntualidad eran las dos premisas indispensables a la hora de acordar el encuentro.

Se publicitaba en un anuncio de un diario local, de escasa tirada. El anuncio era muy escueto y se limitaba a buscar hombres. No especificaba edad, formación ni intereses, solo su sexo. Tampoco se interesaba por ello una vez había recibido la llamada y concertado la cita. De todas formas, aun nadie había coincidido con ella en aquel lugar a aquella hora.

Cuando llegaba a casa, después de la espera, marcaba con determinación las cifras del numero de teléfono de la persona con la que había contactado anteriormente. En ese momento, la voz dulce y aterciopelada que había invitado a un desconocido a pasar un rato agradable , tornaba áspera, agravada, llena de odio e impulsada por la frialdad de alguien que no podía sentir afecto por nadie.
Entre insultos, amenazas y deseos de desgracia se desahogaba, mientras al otro lado, un contestador, un remitente vacío recogía la ira de una mujer desatada, liberada de cualquier presión formal y desbocada en un torrente de frustración.

Después de colgar, aguantaba sus lágrimas, agotada y con un nudo en la garganta recorría su cara con las manos y perdía su vista en algún punto de la habitación. Meditaba sobre lo que había acontecido aquel día, desde que escogía el traje y maquillaje idóneo hasta que colgaba con un estrepitoso golpe el auricular del teléfono. Así permanecía hasta que su agotamiento la llevaba a deshacerse de aquella ropa y tumbarse en la cama. Tumbada, esperaba cualquier otra llamada, un aliento de aire fresco que la insuflase de ilusión por un nuevo acercamiento.

Desde la linea de tonos interrumpidos, me gritas sin conocer mi identidad, me agredes sin tocarme y derramas tu maquillaje espeso sobre mi cuerpo. Eres la sombra de alguien que no he conocido, una voz, un soplo de menta que se abre camino entre nubes de vapor fétido.
Despídeme con un cumplido, agasájame mientras te golpeo con mi irresponsabilidad, háblame de aquello que eres mientras no te escucho y te muestro cuan débil soy. Mánchame con tu carmín, desliza tus manos por mi rostro y dime que soy tu último cartucho en esta cacería.
Has perdido tus colores, pálida y moribunda, abandonada en la burbuja de los lamentos, nada contoneando dulcemente tu cuerpo y mientras respiras bajo el agua, recuerda que alguna vez emergiste a la superficie…

Sonaba el teléfono, una nueva cita aguardaba al otro lado de la linea.

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 21.04.2009.

 
 

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