Maria Teresa Aláez García

Inseguridad

No quiero darme cuenta de que he envejecido. Pero lo he hecho. Más de la cuenta.

 

No quiero mirarme al espejo. Mi interior está muy lleno, tiene fuerza, tiene ganas de hacer cosas, tiene cuerpo para llevar adelante lo que le echen y más.

 

Pero mi cuerpo no me acompaña. Estoy gorda, dejada, fofa, fea, no me cuido, no cuido nada de lo que tengo en mi entorno, estoy muerta, perdida, desorientada. Mi cuerpo es una tremenda ciudad abandonada, un país enorme donde un alma que sigue siendo joven e inmadura, con muchas ganas de vivir y de querer que ha estado perdida e ignorada durante tantos años, ahora sale a la luz.

 

Ya es tarde. Siempre hago todo tarde, siempre llego con retraso a todos los sitios.

 

Hablo con la cordura. La cordura me dice: mantén el entusiasmo y canaliza y dosifica tu energía.

 

Y los demás también.

 

¿Cuándo podré ser yo misma? ¿Cuándo podré estar en mí y ser mi propio gobernador, mi propio capitán, mi propio carcelero y mi propio karma?

 

Ya nunca. Ya perdí el tiempo.

 

Pero por ello no me voy a amargar. La llama vive en mi interior y dejaré que pase  a mucha gente, que esa llama lleve a mucha gente algo que no he podido guardar yo.

 

No quiero dejar que esta llama se apague para siempre.

 

Pásala.

 

Lo que más me gusta de ir pasando de una experiencia a otra es el poder ser más consciente de cada una. De poder ver por encima, de poder pasar por encima de las cosas. De ver cómo sufre o se alegra mi corazón, de poder poner solución, de mover la energía, de poder pasar por encima de la depresión o por encima de la sobreabundancia de energía.

 

Lo que más lamento es que sea ahora, a una edad en la cual ya es tarde para hacer cosas y para corregir otras.

 

Hay personas que a los dieciocho o veinte años ya han madurado y tienen una vida entera para hacer cosas, para corregir, para deshacer, para ser conscientes de sus actos y poder decidirlos con cabeza. En mi caso es vergonzoso que con cuarenta, todavía vaya bandeando por este mundo de Dios y que cada mañana vea las cosas con otros ojos, distintos a como los vi ayer. Eso me desconcierta enormemente, porque no veo seguridad al tener tantos puntos de vista distintos sobre las cosas.

 

Y lo peor es que si pregunto, todavía me lío más porque aunque mire y piense: qué es lo que quiero, en mi interior, y busque la respuesta a lo que yo quiero fuera, nunca es lo que yo quiero. Si quiero si, sufro, si quiero no, sufro, si quiero si pero es no y bajo la cabeza y dejo que pase sufro pero si es a la inversa también sufro. Estoy en una especie de cerco sin salida en ese aspecto.

 

Cerebralmente parece que hay una línea a seguir. Mi cerebro razona y sabe cuándo decirme sí o no a las cosas y raramente falla. Es el músculo cardíaco, la ansiedad que permanece depositada en mi pecho, la que se empeña en doler y amargar. Juas, si he dicho que es no es no y no se cambia y si he visto que es si lo es, es si y tampoco se cambia.

 

Lo único que me queda hacer, siempre, es esperar, respirar hondo, hacer el zikr y pensar que pronto pasará todo. Si entiendo lo que está pasando mejor porque así podré participar de ello y hacerlo crecer o no. Si no lo entiendo no puedo hacer mucho, mas que dejarme guiar de una persona o dos que seguramente estarán llevando todo a su terreno y al final siempre acabo como no me gusta: descontrolada, con todo sin hacer, normalmente manipulada y engañada y encima asintiendo y dando las gracias por haber aprendido algo más. Porque aunque aparentemente yo diga o haga o parezca que digo o hago, no me burlo de nadie y respeto a todo el mundo, sobre todo en su interior. Otra cosa es que ante un grupo de desalmados y desquiciados diga barbaridades para callarles la boca porque sé con seguridad que se lo van a creer y actuarán en consecuencia. Si quedo mal, lo mismo me da. Mi conciencia me dice otra cosa y si los demás no saben ver por debajo de las apariencias, es su problema. Yo puedo decir que actué de modo perverso para proteger a dos o tres personas de quienes precisamente me atacarán a mi porque dije algo que les define a ellos. Y para colmo, así lo creerán y actuarán en consecuencia.

 

Ahora intento pasar por encima de todo esto pero tampoco puedo, porque necesito una referencia y quiero pasar de todas las referencias, no me valen para nada. Necesito tener seguridad para dar seguridad pero no puedo recibir dicha seguridad. Entonces cojo mi bastón y voy caminando mientras llueven golpes de todos lados que voy afrontando con paciencia. Dicen que a ostias se aprende. Lo único que he aprendido así es a no volver a dirigir la palabra a quien me las ha dado. Quizás he perdido una gran oportunidad con ello pero para mi quien usa la violencia no es grato y el hecho de haber aprendido yo a reaccionar con violencia no me gusta.

 

Me gustó siempre la paz, la tranquilidad, el horario seguro, el saber qué he de hacer y cuando y sobre todo que se me avisen las cosas con tiempo para poder hacerles frente con éxito. No porque no me agraden las sorpresas, que me gustan sino por la otra persona, para poder cumplir ante todo lo que me ha dado.

 

Todas estas observaciones las hago dentro de ese universo oscuro y acogedor que debo de tener por la coronilla de la cabeza y que permanece refugiado de todo mal deseo, que se dice. No lo sé. Dicen que el ser interno nunca es tocado. Yo creo que no sólo lo he tocado sino que lo he despreciado, destrozado y sepultado debajo de todo un montón de prejuicios, traumas y frustraciones. Espero poder algún día quitarme esta basura, darme cuenta de lo verdaderamente importante en esta vida que es la gente que me aprecia y se mantiene a mi lado a pesar de las circunstancias y de cómo la trate. Desde luego voy  a fijarme en lo que tengo en mi entorno y a recuperar lo que he perdido porque es lo que he conocido y tenido siempre a mi lado y ha sido injusto el haberlo olvidado.

 

© Wagner. Preludio de Tristán e Isolda.

ttp://es.youtube.com/watch?v=IYaGPAD8EiA

 

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 12.10.2008.

 
 

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