Maria Teresa Aláez García

Paseo1


PASEO1.

Un paseo bajo los árboles. Entre los árboles. Con los árboles.

Bajo los árboles.

Bajo sus copas, elevadas copas.

Me gusta acostarme y ver clavarse en lo azul las copas de los árboles, sus ramas más elevadas. Verlas recortadas como si fueran algún tipo de collage y cubrir con una techumbre imaginaria el lugar donde me encuentre. Mirar hacia arriba y sentirme protegida de la naturaleza por la misma naturaleza. Y sin bichos que medien.  Ver cómo la luz pelea entre las ramas e imaginar, porque es pura imaginación, que las hojas y las copas son escudos que impiden a las radiaciones y distintos tipos de rayos solares acceder. Aún así la naturaleza es sabia y la parte blanca, lúcida, inteligente de esos rayos, sí llega a dar conocimiento al entorno.

Los finos troncos de los árboles, todos tan distintos. Cada tronco habla del árbol que protege, tanto por dentro como por fuera. Debe ser que a fuerza de ir a bosques, pequeños, enormes, frondosos o semivacíos, aprendí a reconocerlos. A saber encontrar los puntos cardinales, a  saber orientarme según los nudos o manchas que tengan o incluso el olor o el tacto que desprenden. Igualmente miro la tierra, sus raíces, qué vegetación protegen y cuál no. Ya no miro el nombre científico de la planta porque ya no lo recuerdo. Recuerdo su textura, recuerdo el tacto, recuerdo si es o no venenosa, pero no recuerdo más. Y eso que hasta me las apunto. Recuerdo la fase instintiva, la que me ayuda superficialmente a moverme por el mundo, a salir del bosque o a encontrar el camino. Pero no las propiedades concretas de la tierra, de las especies vegetales o animales. Eso ya lo he ido olvidando.

No recuerdo a quien me acompañaba. Siempre acabo caminando sola porque miro detalles que a nadie emocionan, encuentro pequeñas cosas que luego quiero investigar pero que a nadie suelen gustar. Encuentro los recorridos de los pequeños insectos sobre la arena y sus diminutas guaridas. También los rastros de las plantas que han sido pisoteadas. Quizás alguna serpiente que pasara rápidamente por allí o algún ratón. Las huellas de aves o pequeños mamíferos, es lo más encantador sobre todo si el paseo es por la nieve.  No hace falta hablar muchas veces para poder ver estas cosas. A veces sólo el deseo de la compañía y el poder compartir lo mismo es suficiente, el mirar a la otra persona y descubrirla en esos instantes de miedo o de recelo o de disgusto pues la naturaleza no siempre es favorecedora y suele tener alguna que otra sorpresa desagradable.

Escuchar los sonidos del silencio es lo más generoso. Saber identificar los distintos silencios, porque para mí el silencio no es uno, hay muchos silencios. El silencio del entorno que no suele ser tal, pero es tranquilo. Suele estar llevado del ritmo cardíaco, que es el que más se siente. Parece entonces que la naturaleza se acompasa al ritmo del paseo o al latir del corazón. Y se descubren más cosas todavía porque la naturaleza habla al interior de la persona. Mucha gente dice que disfruta de la salida al campo y no sabe por qué. Otra viene agotada. Otra viene con mucha energía. La naturaleza nos equilibra el aire, el viento, nos equilibra, nos reoxigena.  La tierra nos ofrece la misma energía que mueve a todo el planeta, nos ofrece un apoyo natural que el cuerpo recibe con agrado, su solidez nos da seguridad, el agarrar la tierra o la arena nos confiere fuerza y el abrazar a un árbol nos da ternura y cariño, porque nos habla sin palabras de su fragilidad.

La tierra se ajusta térmicamente. Si hace calor, so pena que le haya dado el sol de plano, suele estar fría. No hay mejor sombra que la de un árbol, con el grado justo de humedad cuando hace mucho calor. Y la tierra avisa de las brutalidades de los hombres de ese modo, con un excesivo calor o un excesivo frío.

Y el agua, para acabar de equilibrar todo lo que ofrece la naturaleza. La humedad, los ríos, los lagos, la lluvia, los charcos. Entre los silencios de la naturaleza están los ruidos de los animales en sus cobijos, las gotas de lluvia que mansamente van dejándose apreciar, sobre los tibios tallos del césped o de hinojo. Las flores blancas, tan pequeñas, tan apreciadas por los pastores, que crecen en las lindes de los caminos. Hay una fauna y una flora muy maja en las lindes de los caminos y las carreteras, incluso a veces en la ciudad, en las partes más abandonadas que sería curioso estudiar: cómo el agua se filtra por entre el alquitrán y el pavimento de la ciudad, llevando semillas que se van adaptando poco a poco a su medio, van abriéndose paso por medio de las raíces hasta encontrar acomodo  y sustento y aparecen flores o plantas en las alcantarillas y en las esquinas de los edificios modernos.  La naturaleza busca su lugar y siempre lo acaba encontrando.

Les animo a realizar éste y los paseos siguientes. Con la familia, con la pareja, con los amigos. Desprovistos de los medios y las carencias que nos acercan a la ignorancia y a lo mecánico – aunque hay paseos por fábricas que merecen la pena - . Coger un coche, una ropa cómoda y a alguien en quien confiar y perder una mañana o una tarde en un parque, en un monte, en un campo, en la playa o incluso en un lugar urbano. Entonces recostarse sobre la tierra y quedarse en paz. Esto es lo más difícil. Porque es entrar en sintonía con el lugar. En esta fase la gente tiende a reírse mucho y a frivolizar, a cogerse y a hacer manitas, a gastarse bromas, juguetear o hacer distintos tipos de  barbaridades. Esta fase es la más importante. Siempre, por si acaso, vigilando que no haya nada que pueda ensuciar o que pueda ocasionar daño ni ningún animal al acecho, recostarse en el suelo dando al mismo la confianza completa de podernos cobijar. Será difícil dejarnos llevar por el suelo como nos dejamos llevar por el mar. El suelo estará duro en un principio. Frío. Inerte. Inamovible. Nos tendremos que ir adaptando.

¿Alguna vez han apoyado el oído en la tierra y han escuchado su ruido? Es interesante. Al margen de los ruidos que escucharán de zumbidos de coches, de pisadas, la tierra también tiene su ruido particular. Escúchenlo. Compartan el rostro, el color, la sensibilidad de la persona que vaya con ustedes. Ayuden a sus hijos a hacerlo. Los indios americanos lo hacían de maravilla. Es un gran juego para los chavales Después, intenten tumbarse boca arriba y dejarse llevar por la tierra. Acondicionen su cuerpo de manera que queden con los brazos separados del tronco y las piernas algo entreabiertas como si estuvieran en la playa. En silencio. Miren hacia arriba. Saboreen las distintas ópticas del paisaje según se les presente, las diferentes perspectivas. Cómo los mismos árboles que les quedaban a ustedes casi a la misma altura, ahora son más elevados y parecen juntarse en las copas. Cómo les protegen. Como dan ganas de doblar los brazos y pasarlos por detrás de la cabeza. Entonces empezarán las brisas. Qué escuchan. Que pasa por encima de ustedes.  Intenten tranquilizarse sobre todo. Intenten reflejar incluso el sonido de la luz en la mañana que hace crujir las hojas de los árboles. Y las distintas tonalidades de verde y de marrón así como las tersuras distintas.

En este paseo les estoy describiendo una pequeña zona del Pantano del Amadori en la Vila Joyosa.

En los sucesivos paseos iremos por muchos lugares donde se pueden apreciar muchísimas cosas y aprender hasta de los lugares más secos.

Pero hay dos que espero ver en julio y que producirán una cantidad de sensaciones que no sé si seré capaz de describir: uno, el pabellón para la exposición de Barcelona, de Mies. El otro, la pirámide de Bofill. Veremos. Sí que iremos a la Ciutadella, que también tiene mucho que decir. Como otros tantos lugares, de sobra conocidos. Veremos.

24 de diciembre de 2007.

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 25.06.2008.

 
 

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