Octubre Otoño

Mis vecinos son ángeles ucranianos

Por la mañana del sábado yo esperaba el despacho de una compra realizada por internet. De pronto me acordé que el timbre de la puerta estaba desconectado y por este motivo bajé al primer piso a ver si lo habían ya dejado por ahí sin que yo me enterase.

Mas al descender la escalera, obvié los dos últimos peldaños, al caer se me dobló el pie izquierdo rasgando el ligamento externo y yo ya sentía la carne abierta bajo mi piel del tobillo. Quedé postrada, me  sentí indefensa  e impotente y tomé consciencia que necesitaba ayuda pues tenía la certeza que no podía apoyar mi pie en este estado. 

Escaleras arriba, la puerta de la entrada a nuestro piso la había dejado entreabierta y mi marido estaba allí, ocupado en sus asuntos. Comencé a llamarlo y mis  tres primeros intentos no fueron oídos. Subí el tono hasta aprovechar en mi grito desahogar el ardor y terrible dolor que sentía. 
De inmediato se abrió la puerta del piso de los bajos, saliendo de ella  en tromba cinco jóvenes, medio dormidos, presurosos, alarmados, atentos a socorrerme al encontrase al pie de la escalera con esta vecina accidentada. 

En ese momento se me abrió una ventana al cielo: pensé " ¡Ayuda!"; ellos me atendían, me miraban directamente a los ojos, inquiriendo, queriendo comunicarse conmigo, mas ellos no dominan ni el alemán, inglés o castellano y yo no sé la lengua ucraniana; ellos desde sus corazones me confortaban, consolaban, Oleh me cogió la mano de la que me agarré con humildad pues el dolor me superaba, Vitali me aplicaba hielo, me mantenían la pierna en alto, Marc me sujetaba la espalda para aliviarme de los bordes de los escalones. 

Ya vino mi marido sorprendido y asustado tratando de evaluar la situación. Èl estaba consciente que el mismo sólo, sin ayuda no podría haberme socorrido pues él sufre una dolencia que le impide caminar con facilidad. 

Ante la siguiente conmovedora escena a la que él asistía, quedó boquiabierto: veía cómo estos chicos, de mutuo propio, uno a cada lado mío me tomaron por los hombros y Mikola - un hombre de casi dos metros de altura- me guardaba las espaldas subiéndome peldaño por peldaño.

A medio camino mis ángeles y yo estábamos agotados, conmovidos y agitados. Nos detuvimos. Sentí que tenía que hacer algo o si no no llegaríamos hasta nuestro piso. Debía coordinar nuestro esfuerzo; de pronto, dentro de mí, surgió la idea del refrán que reza: "La unión hace la fuerza" y que las canciones tienen fuerza y aúnan a las personas; recordé "¡la canción del  Aleluya, es internacional y ellos la conocerán!". 

Confíe que podíamos comunicarnos a través del corazón si así lo queremos. Entonces les propuse lo siguiente en alemán: " En cada peldaño que pisemos avanzando, exclamaremos : Aleluya!. Al siguiente paso se escuchó sólo mi voz en alto lanzando un: "¡Aleluya"! De inmediato ellos se unieron  a mi llamada y comenzamos a reírnos avanzando a estas voces. La escalera se inundó de "Aleluyas" alegres y esforzados.

Mi marido me tenía fija en su mirada desde cierta distancia como si me sustentara así también. Estaba atento y sorprendido, sus ojos inundados de agradecimiento frente a aquellos jóvenes ángeles, nuestros vecinos. Nos sentimos humildes y agradecidos. Reconocer que necesitamos y recibimos ayuda. Es una lección de vida.

Nos conmueve sentir y considerar que precisamente ellos, quienes llegaron a Alemania huyendo de la guerra, que a pesar de cualquier barrera lingüística en ese instante, las superan porque así lo quieren, son solidarios y solícitos, pues tienen sus corazones bien puestos. Al lograr nuestra meta, terminamos todos abrazados, riendo, agradecidos y contentos.

Durante aquellos momentos mi dolor físico desapareció por completo. Permite que la emoción, el amor me inundara. Ha sido una bella y sanadora experiencia en mi vida. No la olvidaré. 
GRACIAS!

Fin

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 27.11.2024.

 
 

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