A “Leona”, nuestra vieja y tan querida perra mastina y negra, “mi hermana menor”.
[... por altos tímpanos de mayo, bajo múltiples cautelas por una exacta soledad,
el pastor colgó y ahorcó a Leona del tronco más alto y recio de los manzanos en flor,
y, yo, rodilla en tierra, o en cuclillas, llorando, la indolente pupila,
la del iris varado y entregado tras la rendija de la puerta]
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… retengo un huracán salvaje de agujas y rompientes que rechinó y estremeció la huerta,
las vértebras del mundo y las ubres de las flores;
que de pronto cundió la oscuridad y sin rumbo aletearon el amor y la tarde,
y así el cisne de la vida y el cisne de la muerte;
¡ … que nadie, que nadie sabe hasta dónde es daño y dolor,
que nadie, que nadie sabe !!!
… y ay, ay de mí, pues que regreso a la rendija infame
y aún emergen niños, cromados los iris,
tirados por el suelo;
… y es que no, no es ésta otra inclemencia ni tampoco otro tormento,
que dejar en “carnes vivas” y al raso de repente;
… y ya, ya ven,
tampoco tiene más pagos la tristeza que un boquete abierto de frente a la memoria,
la de un mayo de niños y destrozos y esta ausencia que atenta me observa y me persigue,
la que me inquiere y quema el alma, e insistente, atrozmente viva,
me hiere y sigue, la que me acosa y acosa y vigilará por siempre.
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Antonio Justel Rodríguez
https://www.oriondepanthoseas.com
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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 27.05.2022.
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