Ignacio Pozzi

EL CORDEL DEL TIEMPO

EL CORDEL DEL TIEMPO.
“No hay nada más inocente que el andar de un niño”
Pensó sentado en el banco de un  parque al ver a una pequeña de no más de seis años acompañada de su madre quien sostenía una de sus manos, mientras que con la otra sujetaba un globo que flotaba por encima de sus pequeños rodetes trenzados.  
“Quién no imagina cómo sería estar inmerso en un universo a gusto, universo que solo existe para complacer y formar parte de si,  no viceversa.”
Continuaba contemplando la maravilla de la inocencia sin advertir que el balón de helio iba ascendiendo cada vez más, arrastrando el hilo desprendiéndose de los dedos de la niña, que a su vez soltó la mano de su madre con un movimiento brusco y se aventuró a la búsqueda estrepitosa y desesperada del premio. Mirando hacia el firmamento extendiendo sus brazos, sollozando y entre quejidos, quedó atrapada entre la imposibilidad de sostener nuevamente su preciado tesoro y un camión de carga que rechinaba las ruedas contra el asfalto tibio dejando marcas negras de muerte a medida que se deslizaba a espaldas del infante.
 El hombre pudo sentir el principio de un alarido fatal, un grito que de haber continuado desgarraría el mismísimo averno, pues la madre de la niña no alcanzaría a abalanzarse sobre ella a tiempo y lo sabía antes de siquiera intentarlo.
Se levantó de la banca, sacudió su pantalón, caminó hasta la pequeña y en medio de la avenida por la cual cruzaba se arrodilló para verle la cara. Ese rostro picaresco lleno de pecas con los pómulos enrojecidos de enojo y descontento por ver al único objeto que le daba alegría, aunque sea por instantes, y ahora se iba hacia el infinito, y ya nunca más lo vería. Pudo ver el principio de una frustración que sabía que iría creciendo con el tiempo. Quién sabe cuántas cosas más debería lamentar, cuántas pérdidas tendrá que soportar, cuántos fracasos y caídas y quién sabe si podrá levantarse de todas y cada una de ellas convirtiéndose en una luchadora empedernida. Cuál sería su nombre, a qué se dedicaría, cuáles serían sus sueños presentes y los que vendrán, todo eso imaginaba mientras la tomaba en brazos poniéndola a un costado, más cerca de su madre quien ahora si la alcanzaría.
Reemplazando el fatídico destino de la adorable pequeña en cámara lenta, miró los ojos de la mujer quién solo alcanzó a verlo de vuelta explayado en el suelo, desangrándose de a poco con una sonrisa de satisfacción. Cuando volteó la cabeza para fallecer en paz, el hombre miró que el globo en las alturas se hacía cada vez más y más pequeño.
 
Ignacio Pozzi.
 

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 16.10.2016.

 
 

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