José Pablo López

Fragmentos (XVIII)

Rufus… dos sílabas que nacieron con timidez, como una esperanza frágil y temerosa; un nombre que, desde los pliegues más profundos de un alma que extraña y que aún no olvida. Un nombre que, a medida que devora kilómetros y fatiga días en un viaje sin pausa  a través de un mundo indiferente, cobra fuerzas y bravura. Un nombre, que, como una última plegaria navega, sin miedos,  mares indómitos y cabalga a horcadas de vientos salvajes; atraviesa montañas recortando relieves, sobrevive a estepas infinitas y descubre atajos imposibles… Un nombre, Rufus, que, cuando llegó a su destino tenía la ferocidad de un volcán y la fortaleza de un ejército invencible en mil batallas. Un nombre que entró, esa fría noche de invierno por la ventana de la posada de los Tres Arroyos: fue una ventisca arrogante, que abrió la desvencijada celosía de par en par e hizo crujir los viejos goznes que la mantenía, a duras penas, en su lugar.  Para casi todos los parroquianos fue sólo eso: un viento frío que los invitaba a una nueva jarra cerveza aguda, la especialidad de la casa. Para casi todos…
Rufus,  entreabrió sus ojos y supo inmediatamente que su nombre había sido pronunciado una vez más. Ocupaba una mesa alejada del comedor principal, había cenado hasta apenas saciarse y había bebido hasta casi perder la conciencia. Sin embargo, el viento-mensajero tensó en un segundo sus nervios y sus músculos,  ateridos por la desesperanza de siglos de olvido, recobraron en un instante, su mítico vigor. Se levantó, dejando caer un par de monedas de cobres sobre la mesa, y salió del lugar, sin que nadie siquiera le dirigiera una fugaz mirada. Nadie lo había reconocido, pues sus hazañas, que fueron dignas de las mayores odas que se hubieron escuchado a lo largo y ancho de los siete reinos, yacían ocultas por  el impiadoso manto del olvido.
Afuera hacía frío y una espesa niebla sería su única compañía en esa inhóspita y hosca noche. Así, Rufus emprendió una vez más el camino que lo depositaría nuevamente en el único lugar donde realmente añoraba estar. No conocía qué aventuras le esperaban más adelante, ni qué peligros debería sortear. Tampoco le importaba. Sólo sabía que nada ni nadie, humano o Dios impediría que acuda a ese llamado, que había nacido como un ruego en el corazón de su reina y que lo había despertado de su largo letargo.
Rufus dio el primer paso y en algún lugar de las Montañas Ocultas, los ojos de Arlyn se abrieron y ya no pudo conciliar el sueño nuevamente por el resto de la noche.      
 

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 12.05.2016.

 
 

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