Elegiste nunca más.
Probablemente encendí un cigarrillo y, admiré tu intrepidez.
Resultaba inútil convencerte de lo contrario, no cabía un segundo más entre nosotros.
La llave y el derecho a una palabra hiriente.
Enumerás mis culpas y escucho, al menos para guardar un resto de respeto, para no ser carne del odio, para no hacer harapos con el pasado.
Satisfecho, hasta quizás sonrió. Fue un atajo.
Entre contradicciones recogés tus cosas, se ven vacías y dispares.
El día regala un escenario gris y busco en tu retórica algo que me conmueva, conceptos que enmarquen y sinteticen, que te otorguen la condición de inolvidable, una moraleja, una metáfora.
Nada es más triste que una mujer que se va.
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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 13.01.2016.
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