José Antonio Martínez Sánchez

La tía Filo (de lo familiar como extraño)

~~La tía Filomena, la tía Filo, no es que pareciera ser mala persona y, aunque tampoco pareciera serlo buena. Todo el mundo convenía que, y en este extremo la opinión era unánime, persona sí que era. En el pueblo todavía se la admiraba porque de niña era capaz de mear en lo más alto del pueblo y hacer charco en el lugar que le dijeran de la plaza del Ayuntamiento. La tía Filo debía tener una vejiga como la de una camella, quizás como  consecuencia y causa de aquel famoso juego, bautizado como “el torrente dorado”. Ella fue quien lo inventó y, al parecer, la única que lo practicara dedicándose a él en exclusiva. Entrenaba tardes enteras perfeccionando el estilo y resistiendo el reflejo de micción. Las dos habilidades necesarias para realizarlo (al menos orinando una cantidad digna que no provocara risas y sin manchar ropas ni zapatos). Cuando tocaba jugar se acuclillaba como nadie y, ladeando sus bragas al más puro free-stile,  soltaba un torrente que era acompañado y jaleado durante todo su trayecto por el resto de la tropa. Nadie consiguió nunca, ni tan siquiera, acercarse a sus records que aún permanecen grabados en la piedra que cubre el suelo de la plaza. Se pueden ver marcados con una cruz y cantidades de tres cifras que indican la distancia, medida en pasos, desde el origen de la derrama. Esto, a pesar de ser una gilipollez como causa de admiración, tampoco (y esto es muy extraño) parecía resultar atractivo para los “buenos mozos” de la comarca y ninguno la pretendió. Era de dominio público que cuando era invadida por emociones intensas o sensaciones desbordantes, la tía Filo, se iba toda para abajo. Esto es, expulsaba por completo el contenido de su vejiga  sin que pudiera controlar el evento una vez iniciado el proceso.  De ahí, quizás, el temor de los  mozos que debían fantasear con el diluvio universal si la excitación sexual fuera suficiente como detonante.  Y en tal caso, el desalojo vesical podía tener lugar con ellos debajo…
Yo mismo, siendo un niño, fui testigo en la iglesia del pueblo de un ejemplo que lo puede ilustrar.  Al recibir la noticia desde el obispado de que su sobrina había sido admitida como novicia en la orden de las hermanas de Jesús, la tía Filo  “inundada” por la  emoción  cruzaba las piernas y daba pequeños saltitos para, finalmente, claudicar en genuflexión. Con los ojos en blanco y los brazos en cruz daba gracias al cielo por el favor recibido. Mientras,  inmisericorde, inundó, o al menos encharcó durante unos interminables minutos la sacristía de un, a todas luces, irritado don Bernardo que abandonó la estancia refunfuñando entre chapoteos. Mientras, la tía Filo continuaba expulsando  sin tregua el chorro que vaciaría el volumen de aquella portentosa vejiga.
PD: Esta imagen, tras años de psicoanálisis,  todavía perturba mi sueño algunas noches de primavera cuando la húmeda brisa quizás anticipe tormenta.

 

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 07.05.2015.

 
 

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