Desperté. Fuera, la lluvia seguía cayendo y dejaba pequeñas gotas resbalando por las ventanillas del coche donde me encontraba recostado plácidamente en el asiento trasero. No sé cuanto tiempo había pasado, cuanto había dormido. No disponía de reloj.
Me dediqué a observarlas, a comprobar que cada una tenía su particular recorrido tras la consiguiente aglomeración de otras más pequeñas. No tenía ninguna prisa por salir de allí, aún era media tarde y nadie me esperaba. La placidez del momento era inevitable. No había necesidad de nada, tan solo deseaba estar allí y contemplar el agua resbalar por los cristales. El tiempo pasaba sin pesar, los minutos se eternizaban, ¿se pueden tener unos momentos de paz semejantes ahora?
Al igual que cada gota que se formaba y resbalaba, pensé que cada vida debía tener su trayectoria única. Sin embargo, alguna gota recorría el camino ya trazado por otra, porque ya estaba hecho y así resultaba más fácil avanzar. Ese huir de problemas, no aventurarse a descubrir vías alternativas, marca hoy en día la forma de seguir adelante a muchos que, empobrecidos de nuevas experiencias, inexorablemente realizan un transcurrir inocuo por esta vida.
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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 22.02.2013.
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