Cuarenta años de edad, 1.65 metros de altura, de nombre Eva. Viajera en un vagón que si ella no lo ocupara luciría vacío.
El tren recorre la línea 8 del STC. Son las 22:00 horas. Ella va desplomada en uno de los asientos mientras el convoy llega a la estación Santa Anita.
Al mismo vagón en que se transporta Eva, sube un hombre que la conoce y sabe que a esa hora se encontraría con ella. Él le lanza una mirada de “Al fin nos encontramos”. La turbación, el terror se apodera de la fémina.
Él se acerca a ella, la saluda con un codazo que le ordena “hazte para allá”. El tipo le arrebata el bolso negro, hurga y no encuentra dinero.
Ella está mentalizada para lo peor. Él la observa encrespado, le grita: “¡Maldita!” y le magulla el estómago, antes de que ella pueda decir “Déjame”.
A un golpe le sigue otro y otro hasta que la tira al piso. El tren ha llegado a la estación Chabacano y no sube ningún usuario que se percate de la mujer sitiada. La mezcla de sangre y lágrimas femeninas activa la testosterona del truhán.
El hombre hace girones el vestido de Eva y la posee como un troglodita irascible. Después de la nauseabunda cópula, que ningún usuario ha percibido, justo en la estación Doctores, el malnacido le susurra un “te amo” y se desvanece en una siesta.
Avasallada, quebrantada, vomitando hiel, ella termina por quitarse el vestido roto y hace una especie de cuerda que enreda en el cuello de su agresor. Tuerce y retuerce la tela hasta lograr la asfixia de aquel hombre que hace un año conociera por internet.
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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 14.08.2012.
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