Por dejar de competir, uno entrega lo mejor de sí mismo. Vigilando detalladamente a los vecinos, olvidamos nuestros quehaceres cotidianos. Mientras un ineludible transcurrir del tiempo salta entre escombros, quema rozando acostumbrada materia a otros nuevos espacios, descomponiéndola, transforma laberíntica perfección de los abismos. Porque lo natural es dejarse llevar y no agarrarse desde frustraciones ajenas. La vida no debe empaquetarse, encuadrarla, reenviarla a un domicilio habitado por taciturnas miradas o calificarla entre números romanos, exaltándola en poemas con azucenas muertas. Ser ajusticiada por quienes no sienten bajo tu piel de privativos florecidos impulsos. Nunca se guarda con recuerdos en un almacén de hipocresías. La vida es una inalterable melodía de infinitos fados y enjutas melancolías. Saber, deleitarse del horizontal aprendizaje, que aquello retenido quedará concluso, perdido, y con un poco más de fortuna completamente olvidado. Para no recordar, vuelo los tejados de mis desdichas, desacelero el ritmo del naufragio, haciendo miles de cosas que anteriormente malgasté; viendo pasar por un escenario gris desde el sofá, apostando escasos recursos, tan ignorante y plenamente acomodado.
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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 03.03.2012.
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