Tras muchos avatares, conseguimos vencer franqueados desánimos. Esta noche, en familia, aquí reunidos alrededor de la mesa, celebramos nuestras bodas de oro. Brindando por todo lo alto, rodeados de hermosos y alegres nietos. Ilusionados. Atiborrados de imperecederos momentos que trasiegan la mente como velero fijo acuñando inasible horizonte. Recuerdo amor mío, cuántas veces me decías: - ¡Nada es para siempre, vivamos! Por ese reducto transitorio, eminente, volcado a veces entre malas caras y ridículas sospechas infundadas, nos mirábamos. Luego mágicamente, con inmensa ternura, nos besábamos, venía esa deleitable reconciliación. Al final, quedaban los rencores difuminados, únicamente se asemejaban al olvido, insólita criatura arrepentida. Y en ese tira y afloja, salsa agridulce de la vida. Salimos a flote. Indudablemente siempre tan compenetrados e implicados por la causa. Luchando por nuestros tres formidables hijos. Creímos y juntos nos creamos. Disfrutando de las cosas más evidentes y sencillas. En ocasiones, comiendo sobras para poder vestirles, pagar los estudios a los chicos. Diminutas insignificancias que a otros podrían causar la mayor de las envidias. Ahora, cariño mío, puedo concluir diciendo que cincuenta años contigo; me parecieron un simple aleteo, casi un fragmento de segundo, apenas nada. Y sólo le pido a Dios, que me deje partir primero. Porque sin ti, ciertamente, desearé no estar vivo.
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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 28.12.2011.
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