Luis Manuel Gomis Quinto

Ilduara Porua, Caminante de Caminos. Capítulo 3


EL MÚSICO

La fiesta estaba llegando a su fin. La noche había transcurrido entre partidas de cartas y ajedrez, risas y charlas cultas y afables que habían hecho las delicias de los hombres que habían ido hoy a visitar la Máscara. Entre ellos se encontraba uno de los parlanchines por excelencia que iba a la ciudad a disfrutar de la buena compañía del lugar al menos tres veces por semana. Se trataba de Recio "El Jovial" Whaelgund, el encargado y dueño de los Trabajos para Carromatos de Whaelgund, una tienda de Puerto Llast famosa precisamente más por la berborrea de su dueño que por su habilidad para los trabajos mecánicos.

La amable Amunda Nalaedra, conocida como Leire cuando se ponía su máscara, había sido la sufridora de este hombre, aunque como siempre había hecho gala de su habilidad para hacer posible el divertimento de toda persona y se había enzarzado en un duelo verbal con él que acabó con una horrorosa canción del visitante, alabada por la mujer a pesar de haber estado a punto de lanzar contra él una conjura para callarlo, mientras los músicos de la sala concentraban sus esfuerzos en acompañarle en sus desvaratadas melodías.

Despidieron a cada uno de los invitados a la sala con una bella sonrisa, haciendo un pasillo entre las damas en la planta baja, saludando una por una a los invitados. Apretones de manos, caricias, besos, según el cliente se sabía si gustaba de una despedida disciplinada o de recibir un cálido abrazo y arrimarse un poco a las pechugas de las damas.

Llegó la hora de recoger, el servicio se encargaba de ello diariamente, pero aún así las damas solían ayudar a hacerlo, y así lo hizo esa noche Ágata. Los músicos desmontaban su escenario entre alegres conversaciones con las señoritas de la Máscara. Uno de ellos, un semielfo de piel pálida, ojos verdes y pelo rubio se dispuso a hablar con Ágata.


-¿Qué tal te fue la noche?

Sonriente, la joven observó al semielfo de arriba a abajo mientras contestaba.

-Bien, la verdad. Fue una noche que no sabría diferenciar de las demás.

-¿Cuál es vuestro nombre?

-Ágata, así es cómo debes llamarme. ¿Y el vuestro? Os he estado observando y me he dado cuenta de que eres todo un virtuoso con ese laud.

-Ohhh, No creáis, esta noche no nos hemos empleado a fondo.


El elfo se acercó a la joven y se dispuso a tomarle la mano para besarla a modo de presentación.

-Mi nombre es Eloir Menat, cantante y danzante.

Una mirada coqueta se filtró en el rostro del músico con un asentimiento de cabeza.

-¿Soléis tocar mucho aquí? Creo que aún no os había visto en el local.

-La verdad es que acabo de empezar con este grupo. Pero mis compañeros sí suelen venir bastante, o eso me dijeron cuando me contrataron.

-¿Y qué tal se porta el resto? ¿Todos sois bastante buenos no es así?

-Sí, la verdad es que me presenté en la audición entre otras cosas porque quería llegar a más. Sé que soy un buen músico, mi tío se encargó de que así fuera, y por eso quiero estar entre los mejores.

-Sin duda he comprobado que merecéis estar entre ellos. Siempre quise aprender a tocar algún instrumento, pero la verdad es que nunca tuve oportunidad de hacerlo.

-Yo podría enseñaros, Ágata, si así lo quisiérais. Me gusta compartir mis habilidades con el resto.

-Ohh, eso sería genial, ¿pero cómo podríamos hacerlo?

-¿Porqué no me enseñáis vuestra habitación y vemos qué se puede hacer allí? Según me contaron, cada habitación del lugar tiene su propio ambiente de sonido... No sé como funcionará eso... pero tengo entendido que así es...

-Ohhh, sí. La Dama fue precavida y contrató a alguien para que creara un efecto de insonoridad en cada sala.

-En ese caso... ¿Qué me decís? ¿Queréis aprender a tocar la flauta?


No pudo evitar esbozar una sonrisa en su rostro.

-Sí quiero, Eloir.

El semielfo la acompañó a su habitación, donde pasaron las escasas horas que quedaban de noche entre lecciones de música, risas y charlas agradables.

Al cabo de un tiempo, Ágata, que había permanecido envuelta en los brazos de su acompañante mientras tocaba la flauta dejando que sus dedos fueran guiados, dejó el instrumento de lado y se levantó para apagar los candeleros que iluminaban la estancia. Seguía portando su ligera toga negra y su máscara, que componían su uniforme, pero dejó que las manos de su profesor desvistiaran su cuerpo en la oscuridad de la sala, no siendo esta un problema para sus ojos tras la máscara.

A la mañana siguiente, Ágata, sin revelar su rostro a su acompañante, lo condujo por uno de los pasadizos del local que salían al exterior, nadie debía ver a ese hombre salir de la Máscara, y aquello debía quedar entre los dos.


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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 03.04.2011.

 
 

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