… sé que esta riada, este aluvión de días y de noches, este vendaval de tiempo
descrito a cuatro manos, ha hecho que recorra todos los olvidos y enclaves de la tierra
para descubrirte;
… y llego a ti y te reconozco en el trigal maduro de tu pelo,
en la fronda de tus labios, en tu pecho de púrpura y de nácar,
en el apoteósico cristal de tu cadera;
y aquí la vida y aquí el latido en este cuerpo acrobático en las furias
y al instante roto;
jamás, jamás paisaje cuajó tanta belleza, tanto contraste, como cuando toco
las líneas terrestres de tu alma;
moriría abrazado a tu estatura, crearía un tiempo de relojes muertos,
una canción de silencio para toda esta grandeza que no abarco;
… has redimido mis ojos, mis manos y mis pies,
la inenarrable batalla por lo que te quise dar, de lo que no pude ser,
me has redimido de la sed inmensa en este mar atroz en que el hombre lucha,
se abate y se destruye;
… y así, al mirarte, la naturaleza, abierta, me ofrece todas sus esencias,
sus insólitos rincones, palmo a palmo sus vértebras, su escanciado vino
hasta urdir esta locura de homenaje sin nombre;
… no temo a las segures con que acuden los cráteres del tiempo,
tengo la primavera en tus rosas y el otoño en tus frutos;
y habré soñado y habré vencido, y este triunfo – con sabor a gérmenes de vida –
lo elevo hasta tu frente y te lo ofrezco.
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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 15.02.2010.
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