Juan Carlos González Martín

El corredor cazado


Capítulo 1
 
El sol me observaba con sus grandes y calurosos ojos, desde el gran océano solitario que él mismo gobierna, cuando aún faltaban algunas horas para que me abandonara y su ausencia produjera en mis adentros una sensación de frío y oscuridad.
 
Me quité el reloj y objetos personales que pudieran romperse por una caída y apagué suavemente el motor del coche, mientras observaba como descendía la aguja del cuentakilómetros, al robarle la energía que la batería le proporcionaba. Salí del mismo y el sol me miró directamente a los ojos.
 
Colocándome de espaldas al gran astro, comencé con mis ejercicios de calentamiento.
 
Era el primer día, desde hacía mucho tiempo, que me disponía a correr de nuevo. Hace tiempo conseguí estar una temporada haciéndolo todos los días, pero me machacaba demasiado con respecto a mi resistencia física y lo tuve que dejar porque enseguida experimenté molestias en ambas piernas y tobillos, por lo que terminaron por un tiempo mis días de corredor.
 
No era ningún experto respecto al deporte, así que era evidente que mis ejercicios de calentamiento dejaban mucho que desear, en comparación con algunos tipos que había por los alrededores.
 
El sitio que usaba para calentar mis músculos era el propio aparcamiento en el cual aparcaba siempre mi coche cuando me disponía a pasar por ese infierno diario.
 
Pero sí. Esta vez lo iba a hacer bien. Esta vez lo iba a hacer de la forma correcta.
 
Hoy, que era el primer día de mi reto personal, empezaría corriendo diez o doce minutos, y así, durante toda la semana. Y luego, viendo cómo evoluciona mi resistencia, cada semana aumentaré el recorrido, siempre y cuando estuviese preparada para dar ese paso. Esforzarme demasiado supondría otra torcedura o esguince, con lo que tendría que volver a dejar el deporte, y así perder la forma que haya adquirido durante el tiempo que haya conseguido estar corriendo. Me refiero a los días y no al tiempo que haya tardado en hacer el recorrido.
 
Este último era simple. De primero, me esperaba una gran bajada. Un regalo que me hacía a mí mismo, y así, engañarme un poco antes de darme cuenta de lo que cansaba este deporte, cuando alcanzara el tramo de recorrido que constaba de unos minutos de terreno totalmente plano.
 
Por último, el infierno materializado. Una gran pendiente que conducía de nuevo a los aparcamientos, donde me esperaba mi coche  y donde iba a hacer los estiramientos posteriores al recorrido.
 
Una vez terminé la fase de calentamiento, comencé mi carrera con un paso que me conduciría a una gran forma física.
 
El aire acaricia mi rostro con gran fuerza fría que, a medida que me adelantan los minutos, me encanta con su cálido y suave aliento en el que se ha convertido, debido al aureola de calor que deja escapar mi cuerpo, aún no muy cansado.
 
Mis ojos notan pasar a prisa verdes arbustos y bancos de madera, y en un momento todo desaparece y me siento sólo, en una habitación, de cara a la pared. En esa pared anida un espejo que se enciende y me deja que vea las imágenes que guarda su memoria. Mis pensamientos y sentimientos se han puesto en marcha sin apenas darme cuenta, cuando una piedra me hace perder el equilibrio, y me susurra suavemente, mirando hacia arriba, que aún me falta tiempo para terminar con el camino.
 
De nuevo vuelvo a la solitaria habitación y me dispongo a observar, por fin, que es lo que el espejo desea enseñarme…
 

 
Saco la cabeza por la ventanilla y el aire hace llorar a mis retinas saturadas de polvo y belleza.
 
El simple desierto que rodea la carretera por la que nos dirigimos me hace saber que la belleza hay que buscarla y, solo si tú quieres, dejará que la encuentres.
 
En compañía de tres de mis mejores amigos, me dirijo a un gran festival que siempre he querido ver, pero nunca he visto. Una gran nube de polvo despide al camino recorrido del cacharro rojo que nos transporta a duras penas, pero gran velocidad, a otra aventura de fin de semana. El pobre coche parece desear la muerte en todo momento.
 
Llegamos a nuestro destino sobre el mediodía del viernes, después de parar a comprar comida, bebida, etc.
 
Una gran valla metálica y una larga fila de coches nos daba la bienvenida a una nueva locura de las que sabes que no deberías hacer, pero haces, y luego, por supuesto, te arrepientes.
 
Aquello hubiese sido un barrizal si estuviera mojado, pero no era así. Yo solo veía tierra por todas partes. El agobio me abrazaba cuando aún no habíamos conseguido adentrarnos del todo en su interior. Al abrir las puertas del coche, una gran humareda se desvaneció, escapando por las ventanillas. Me sorprendía a mí mismo y me preguntaba cómo podría asfixiarme con la polvareda de fuera y no con la humareda de dentro.
 
Todo el tiempo que duró el recorrido, uno de mis amigos no paraba de fabricar canutos y, por supuesto, él y los demás los fumaban sin parar. A mí no me gustaba esa porquería. Para echarme una buena siesta suelo utilizar la cama. Si me fumara uno de esos “cigarrillos de la risa”, de risa poco. Lo que sí pasaría es que acabaría soñando con algo precioso, eso seguro.
 
Larga espera me sobrecoge y el gran sol sobre mi cabeza me da las buenas tardes, cuando una gota de sudor recorre a prisa mi frente.
 
Un alto escenario preparado para unos de mis grupos favoritos y mucha menos gente de lo que yo esperaba, esperando al susodicho con expectación. Minutos antes, había dejado a mis amigos en la carpa “dance”, que es lo que a ellos más les gusta, pidiendo algo de rico alcohol, para ver a mi grupo favorito ya algo borracho.
 
Estando ellos en el escenario, mis amigos no venían con la bebida, así que me decidí a ir a buscarlos, aunque eso supusiera, tal vez, perderme alguna canción de ese tan esperado concierto para mí.
 
-          ¿Pero qué coño os pasa? ¡Os llevo esperando más de media hora! – les dije cuando les encontré.
 
Para ellos, en ese momento yo  era invisible. Eran zombis bailando al son de una música que no se oía, sobre un suelo que nunca tocaba sus pies.
 
Arrebaté violentamente un litro de cerveza que agarraba uno de ellos con delicadeza y poca fuerza y, derramando algo de lo anidaba en su interior, y sin que su supuesto dueño apenas se percatara de lo que había sucedido, le di un gran sorbo y, amarrándolo con fuerza, me salí para afuera de la carpa en la que ellos se encontraban, en dirección a, por lo menos, conseguir acabar de ver el concierto.
 

 
Sudor y asfixia recorren mi cuerpo de arriba abajo. Miro hacia delante y, cuanto más miro, más eterno se me hace el camino. En mis adentros, se funden en una gran pelea mi excitación y una sensación de relajación, contra una gran furia que emana de mi interior.
 
-          ¡Dios, es tan maravillosa! – pensé.
 
Su rostro inunda ahora todos mis recuerdos. No puedo parar de pensar en lo hermosa que es y en lo mucho que la quiero. Estoy deseando de terminar para ir a verla, pero eso me hace acelerar, y no es bueno. Mis piernas me dicen lo que mi cerebro piensa de todo esto.
 
Belleza, furia, traición. Pasan tantos sentimientos por mi cansada cabeza.
 
Pero, tranquilo. Ya solo queda la última y peor cuesta de mi recorrido.
 
Sigue. Ahora no te pares o no te respetarás. Tú mismo te dices lo que has de hacer, pero que no quieres hacerlo.
 

 
Capítulo 2
 
En el trabajo, las cosas han cambiado. Antes trabajaba de siete de la mañana a tres de la tarde. Era magnífico. Tenía dinero y toda la tarde para mí.
 
Desde que dejé los estudios, era lo mejor que había hecho.
 
Aunque ese horario era bueno para mí, pero no para la mayoría, así que lo han cambiado.
 
Ahora trabajo de diez de la mañana a siete de la tarde, añadiendo una hora para comer.
 
Este nuevo horario me iba a suponer cambios en mi esquema deportivo. Ahora tendría que ir a correr por la noche, si quería dormir un poco más. No me gustaba mucho esa idea, aunque la superaba la idea de dormir todos los días hasta las nueve y media de la mañana. Así que, finalmente, me decidí  por correr en las horas nocturnas del día…
 
Era domingo. Serían las dos de la tarde. Un despertar caluroso me llamó, dándome pequeños golpecitos en las sienes, hasta que, finalmente, abrí los ojos sin fijar la mirada en nada en particular. El sentido que más despierto tenía era el del olfato. Esa exquisita comida que embriagaba mi nariz y mi boca todos los domingos. Sigilosamente, bajé las escaleras que conducen al pequeño salón, con los pies descalzos y el suelo dándome sus delicados y fríos besos en las planas, pálidas y secas.
 
Antes de que terminara de bajar por completo, algo llamó mi atención, y me paré en seco. Una siniestra noticia en la televisión ocupaba hoy todos los telediarios. Una mujer entre treinta y cinco y cuarenta años, descuartizada justo después de hacer la compra.
 
-          ¿A quién se le ocurre ir a comprar a las once de la noche? – pensé.
 
Supuse que el horario de su trabajo no le permitía ir más pronto. Si fuese así, estoy seguro de que lo habría hecho.
 
Explicaba el locutor televisivo que, la forma en que había matado a esa señora era obra de alguien totalmente enfermo. Era macabro. Un asesino en nuestra ciudad.
 
Ya por la tarde, salí para dar un paseo con mi novia, y aprovechar para hacer unos cuantos recados.
 
En casi todos los lugares que visitamos esa tarde no se hablaba de otra cosa.
 
El asesino del gato, le llamaban.
 
Al parecer, en el estómago de aquella pobre mujer encontraron una marca que, los supuestos especialistas decían que tenía la forma de la cabeza de un gatito o felino similar.
 
Pensé que debía de tratarse de un gato muerto, puesto que, seguro, estaba lleno de sangre…
 
La gente ve cosas donde no las hay, para poder poner una bonita etiqueta. Les encanta etiquetar todo. A ver si la próxima  víctima se fija un poquito y, cuando la esté acuchillando, puede ver si con su arma punzante atravesando su estómago, el pobre diablo dibuja un gato.
 

 
Miércoles, siete de la tarde. Mi vida se limita en torno al trabajo y a tener un rato para disfrutar haber terminado, con la condición de que mi mente no se olvida de que, al día siguiente habrá más de lo mismo, y así será hasta que algo ocurra.
 
A quién pretendo engañar. Nunca ocurrirá nada. El aburrimiento se apodera de todos tus bienes y te engaña para que le ames. Par que ames su forma de odiar, que te posee hasta que tu alma sea su sirviente.
 
Salgo por la puerta con la falsedad que me caracteriza, hasta que pierdo de vista a mis compañeros, los cuales me odian por tener cosas de las que ellos carecen, y viceversa.
 
Ese es el sentimiento que anida en toda comunidad de personas que se odian, haciendo notar que se llevan bien.
 
Yo no, amigos míos. Este diario me sirve para saber cómo es el entorno que me intenta seducir día a día, pero no me dejaré.
 
Aquí estoy. Me encuentro de nuevo en ese aparcamiento que me presta su cuerpo a diario, para hacer sudar al mío.
 
Los ejercicios de estiramiento se han transformado en movimientos mecánicos. Ni siquiera pienso en ellos cuando los practico. Me encuentro cansado.
 
Normalmente suelo echarme una pequeña siesta cuando regreso del trabajo y, así, estar relativamente descansado para correr y que mi mente se expanda por sí sola. El sol se ha escondido para dar paso a la oscuridad más hermosa que hay visto nunca. Desde aquí, en lo alto de esta colina, esa oscuridad se enciende con un gran ramo de luces de todos los colores, que me dan su aliento, cuando me dispongo a empezar con mi tarea. Me podría quedar embelesado mil años, simplemente observando lo bonita que es la vida en sí. Silenciosa, te atrapa por detrás cuando menos te lo esperas. Pero, por desgracia, formo parte de ella cuando estoy vivo y te gustaría no estarlo, cuando hace unos minutos que he empezado a correr. Mi mente trabaja menos cuando corro por la noche. La oscuridad atrapa mis retinas y el aire las hace llorar. Pero no puedo controlarla y, cuando me quiero dar cuenta, me encuentro de nuevo frente al espejo de marco dorado, que me ahoga en mi confusión cotidiana, que acecha mis miedos.
 
Pienso en sus oscuros ojos que me miran fijamente, rodeados de verde follaje que nos acaricia a ambos, mientras nos abrazamos fuerte pero delicadamente.
 
Me gustaría compartir con ella tanta belleza que he experimentado cuando ella no me acompaña. Mis compañeros de aventuras también andan por aquí. Pero en ellos no hay odio. En el mundo que fabrico para mis adentros cada día somos los mismos y, al mismo tiempo, somos otros diferentes. Cada paso que doy es más duro que el anterior.
 
Mudos sonidos e invisibles sombras me hacen compañía, a medida que avanza mi deseo de sentarme para conocerles mejor. Sentarme junto a mi soledad y levantar los brazos invitando a las estrellas que me cuentes sus historias para notar su cálido aliento.
 
Sobre una dura piedra, mi cuerpo trabaja para hacerme creer que estoy descansando en un cómodo sillón. Frente a mis ojos, un ríos que brilla, a causa de su simple movimiento. A mi espalda, algo lejos. La vida en su esplendor más familiar, jugando con la muerte, acorazadas frente al calor del hogar.
 
Me encanta todo eso. Me encanta imaginar por un momento que no formo parte de aquello. Que formo parte de otro mundo. Y sé que existe. Un mundo que acaba a lo algo de la colina.
 

 
Capítulo 3
 
1
 
El gato me llaman. ¡Ignorantes!.
 
Por una chapuza en el estómago de aquel ser de raza humana que, no yo sé realmente que es lo que pretendía hacer. Pero lo hice. Aquella mujer sangró mucho. Mi daga notó algo duro en su interior. Quise asomarme y descubrir que es lo que me costaba tanto cortar pero, en esos casos, es mejor no quedarse junto al cadáver que tú mismo acabas de crear.
 
¿Quieren un gato?
 
Eso es lo que van a tener. Soy un felino activamente violento que busca una víctima entre la maleza, dirigido por su sed de sangre. Pero no es como un gato como yo me calificaría, sino, más bien como una pantera. Una pantera negra que huele a los humanos a muchos metros de distancia.
 
Hoy me dirigiré a las afueras del pueblo, donde poca gente anida en las horas de las sombras.
 
Afilando mi colmillo, me noto a mí mismo temblar, debido a la rabia que esconde mi cuerpo, la cual no entiendo. Nunca he conseguido entender el impulso que me dirige a la única aventura de esta existencia que me hacer estar realmente vivo.
 
Como el gran felino que ya he dicho ser, me he colocado mi modelo más oscuro. Él me camuflará entre árboles y colinas.
 
He llegado a un camino en el que, siniestras siluetas van y vienen, oscuras en la noche, sin mirarse entre ellas fijamente a los ojos. Me observo en un pequeño riachuelo que corre a un extremo del camino, y mis ojos brillan como nunca han brillado.
 
Me escondo allí, a un lado del río, que descansa entre dos pequeñas montañas. Allí no podrán verme esos absurdos corredores. Uno de ellos será el agraciado.  Yo le daré mi abrazo inmortal, y jamás envejecerá.
 
Noto el jadeo y los pasos de un pobre infeliz que corre hacia su destino más inminente. Se acerca. Mis músculos se tensan a medida que él se acerca, y mi corazón comienza con su baile armonioso que hace que mis sentidos se fundan en uno. Miro a mis pies y me digo a mi mismo:
 
-          ¡ya estoy en el camino! –
 
Mientras, mis colmillos crecen y crecen. Mi lengua recorre mi hocico y mis ojos enrojecidos miran en dirección al gran festín. Desde aquí noto como me mira mientras se acerca. Odio eso. Si tienes miedo, deberías irte. Pero no. El pobrecillo sigue con su camino, confiando en que yo sea un vecino que  ha sacado ha pasear al perro, y no el felino sediento de sangre que soy en este momento. Pero ojo, casi cuando estaba a la misma altura que yo en el camino, y me disponía a saltarle encima, el vecino del perrito acaba de salir del portal que hay enfrente de mi. Y mi víctima pasa de largo. Me acabo de dar cuenta de lo irresponsable que he sido, escogiendo ese sitio para cazar. Estoy demasiado cerca de la civilización. Ese vecino, no solo le ha salvado a él, sino que también a mí.
 
Bajo la cabeza y me digo a mí mismo:
 
-          Busquemos otro sitio –
 
Me adentro más y más en el bosque municipal que brinda un toque de naturaleza a nuestro engañado pueblo. Miro a mi alrededor y, en los confines de esta densa oscuridad, vuelvo a contemplar sombras que se mueven a prisa, de un lado a otro.
 
Ahora si estoy preparado para consumar la misión que me ha sido encomendada.
 
2
 
Es dificil correr con tanta oscuridad. A penas veo el camino que debo seguir para concluir hoy con mi ejercicio diario. Mi puro instinto me acompaña y me susurra por donde debo ir. Me cruzo con otros corredores. Otros me siguen, o yo a ellos. A lo lejos, logro observar una silueta oscura, que no parece la de un árbol y obstaculo en el camino. En estar horas nocturnas, poco se distingue a la vista.
 
A medida que me acerco, distingo que se trata de una persona. Algún vecino que pasea a su perro. En este mismo momento, me he dado cuenta de que yo y ese ser somos los únicos que, en ese instante, habitamos el camino. De repente, se me viene a la cabeza el asesino del gato. Me impactó aquella noticia.
 
Mis jadeos consiguen llamar su atención, aunque llevará observándome un rato más. Se pone frente a mí con los brazos arqueados. Reconozco que me estoy asustando, aunque creo que no tengo por qué.
 
3
 
Salto sobre ese infeliz y, tapándole la boca para evitar sus gritos, pongo el filo de mi daga en su cuello y la deslizo de oreja a oreja. Veamos si sé dibujar un gato en su estómago…
 
4
 
 Mi aliento se despide sin estar a gusto. Toda fuerza es inútil. Mi cansancio se baña de sangre, sin poder decir nada y sin tener nada que decir.
 
-          ¡Cuand adiós quiero expresar sin poder abrir la boca! -
 

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 20.10.2009.

 
 

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