Xavier Fernández Vizcarri

La pastilla

Estaba en el suelo del aparcamiento, me retorcía como un gusano pisado, sólo la vergüenza era mas intensa que el dolor. Sin duda había ganado todos los premios de idiota del año, pero esta vez el concurso era mundial. ¿Como cojones podía haber cerrado la puerta del coche pillándome el pene?. Sin duda ayudó la monstruosa erección mutante, por la mañana me asusté de ver aquello. Sin duda ponerme los pantalones de deporte no ayudó a retener aquel desafío sobrenatural, mas que tomarme polvo de cuerno de rinoceronte, parecía que había devorado al rinoceronte entero. En fin, aquí estoy delante de un colegio. Me levanto con las manos en los aparejos, dudando, ¿miro o no?, estoy asustado, me imagino mi pene con la forma de una raqueta de pádel. Por fin decido mirar, me bajo los pantalones de un tirón, parece a simple vista que todo está en su sitio. No dura mucho la dicha, pues una abuelita me suelta un paraguazo, lleva gafas de culo de botella, pero la estocada alcanzó el pleno al quince, en todo el glande, veo las estrellas, muchas, mi alarido se escucha en toda la calle, todos miran, niños, padres, mis dos cabezas están rojas, algunos llaman a la policía. Reacciono, me giro intentando correr y digo intentando porque no me acuerdo que llevo los pantalones bajados, caigo todo lo largo que soy sobre el hormigón. Mi maltrecho miembro ha tenido mucha puntería, se ha clavado entre los barrotes de una alcantarilla, rezo, no soy creyente, pero rezo para que no haya ratas. Una hora mas tarde soy leyenda viva en la calle, hay un tumulto de gente, incluso un señor pensionista me ha tocado el culo, gracias a los bomberos estoy sentado con la reja aguantada con mis manos y el artefacto sin ceder un ápice, su color ya tira a morado, me prometo que si salgo de esta mataré a mi camello, me lo dejó claro, sólo una pastilla, creí que exageraba y me tomé tres, y aquí estoy, desafiando toda ley física sobre presión saguínea. Los bomberos me explican sobre no se que de un soplete. Habrá que huír. Me incorporo y hecho a correr, hay que verme con la arqueta de cloaca delante atravesada por excálibur. Un grupo de japoneses me hace fotos, comentan la jugada, pensarán que es una promoción de una película. Problema gordo, se me cansan los brazos, el enrejado debe pesar unos 30 kilos, pero no puedo ceder, la vida de mi hermano pequeño está en juego. Cruzo una esquina y me cuelo de lleno en una manifestación de no se que cojones de los presos de Guantánamo, la gente me aplaude, todos me animan a ponerme en cabeza, en segundos soy el estandarte de derechos humanos en acción, ya todo me da igual, el efecto de las pastillas contra  el aguante de mis brazos, esa es mi guerra. Por fin llego a casa, me estiro en el sofá todo lo cómodo que me deja la arqueta y me duermo profundamente.

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 05.09.2009.

 
 

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