Irene Figuerdo Romo

La vida de las palabras

       En el bloque tres de la calle San Marcial, a las  afueras de Madrid, viven tres familias.
En el primer piso vive un matrimonio joven con su hija de siete años.
En el segundo piso está Inés, una mujer misteriosa.
Y en el tercero Sandra, una anciana que tiene problemas psíquicos.

 
-Tal vez fuera una mañana de otoño cuando le conocí. No recuerdo la fecha, aproximadamente hace dos años. Me fascinaron sus ojos uno era verde y el otro gris, estaba en el escaparate de una tienda no pude resistirme y entre a curiosear. Nunca te prometo que nuca antes había tenido un animal en casa, ni perros, ni pájaros, ni siquiera una tortuga. De vez en cuando tengo inquilinos por sorpresa, una cucaracha, una araña y poco más. Pero Lulú me recordaba a mí porque era diferente a las demás gatitas que había allí. Tenía los ojos diferentes y al mostrármela el dependiente descubrí que era coja, me acerque a su oreja y le dije no te preocupes preciosa yo también soy diferente.
Eugenia inocentemente le preguntó.
-No abuela tú tienes los ojos marrones y andas bien.
-Pero yo también soy diferente, cuando crezcas te darás cuenta.
Inés cogió las manos de Eugenia y las empezó a acariciar. Besó su pelo y le sonrió.
-¿Que pasa abuela? ¿Qué tienen mis manos?
-Nada cielo.
-¿Porqué las mirabas?
-Porque tu mano junto a la mía me muestran el paso del tiempo.
Inés tenía sesenta años vivía en un piso amplio con una decoración rústica, tenía una gran terraza donde conversaba todas las tardes con la pequeña Eugenia. A pesar de los años Inés mantenía una espléndida figura, y aunque las arrugas impidieran ver con nitidez su antiguo rostro seguía teniendo en él  rasgos que delataban su belleza.
-Mamá dice que en la tele salías muy guapa y que ahora te conservas muy bien.
-¿Si? Tenía veinticinco años cuando comencé a debutar en la televisión, era muy joven.
Mientras charlaban Lulú empezó a dar vueltas en el balancín de mimbre en el que Inés estaba sentada. Empezó a acariciar a la gatita y de repente le vino un olor a azúcar quemada. Fue a la cocina se lavó las manos y sacó a la terraza una bandeja con galletas de chocolate, almendra y pasas.
-Mira Eugenia las he preparado esta mañana, estas no las has probado nunca, a mí cuando era pequeña me las hacía mi abuela.
-Y tú abuela me las haces a mí.
Inés sonrió tímidamente.
-Huele muy bien.
-Sí creo que Sandra la vecina del tercero habrá hecho un flan porque huele a azúcar quemada.
-Mamá dice que no siempre viviste en Madrid.
-No yo era de un pueblo pequeñito, pero me vine a vivir aquí por el trabajo.
-Quizás nos mudemos este verano al centro.
-Ya lose, yo viví allí durante cuarenta años y hace cinco años me vine aquí, fue un verano también.
-¿Y porque te viniste aquí?
-Porque este es un piso muy grande, con una gran terraza y porque  no quería seguir siendo observada por la gente.
-¿Es difícil ser famosa?
-Para mí si ha sido complicado.
Eugenia tiene siete años y adora a Inés. Le encantaba hablar con ella  porque le contaba historias, le hacía galletas, le enseñaba sus fotografías, le dejaba vestidos para jugar y todos los domingos preparaban las dos juntas la cena.
-Se ha hecho tarde Eugenia debes ir a casa. Tu madre te estará esperando. Mira acaban de llamar a la puerta.
Inés fue abrir la puerta. Ana esperaba impaciente, eran las nueve de la noche.
-Buenas noches Inés, dile a Eugenia que valla ahora mismo a casa.
-Mamá ¿no puedo cenar con la abuela esta noche? es que mañana es sábado y no tengo que ir al colegio, puedo acostarme más tarde.
-Primero no vuelvas a llamarla abuela
-A mí no me importa que me lo diga.
-Pero a mi sí, segundo bastante que te dejo cenar aquí los domingos y tercero te acostarás a la hora de siempre.
-Esta bien mamá. Un beso Inés, te veo mañana a las cinco.
-Perdona las molestias de mi hija por favor.
-Vamos Ana no tienes que disculparte, estoy sola Eugenia es mi alegría. ¿Hoy no has tenido un buen día verdad?
Ana miro a su alrededor y dijo susurrando.
-Mañana hablamos Inés.
Cerró la puerta y suspiró mirando hacia una fotografía que había junto a la cómoda de la entrada. Quizás se había encaprichado mucho con aquella familia, pero realmente era la única que tenía. Eduardo murió hace más de treinta años  y desde entonces la soledad la acompañado día y noche. Sí, sobre todo en la noche, cuando cubre su cuerpo con la colcha siente el vacío de su interior, no le queda nada, las lágrimas son sus compañeras en las noches más frías, aún cuando despierta a la mañana siguiente su almohada está mojada y piensa que llora dormida.
Un álbum con fotografías, decenas de vestidos de fiesta, y la vida de las palabras. Eso es todo lo que le queda de toda una vida, que como Inés decía metafóricamente, se acercaba al último puerto.
 A veces se despierta en mitad de la noche cuando sueña con su pasado. Le perturban en la mente aquellos gritos que son como cuchillos afilados frente a unas pupilas que saben el final, recuerda con desprecio aquellas caras que esputaban en su cuerpo de camino al coche.
Inés no era muy creyente pero desde que aquello ocurrió junta sus manos todos los días,  se inclinada de rodillas frente a una estampita y reza con la mirada perdida mirando a ninguna parte, con los ojos repletos de rabia y con un sudor frío que recorre todo su cuerpo.
Aterrizó una nueva mañana de marzo con un sol espléndido, eran las nueve de la mañana. Inés despertó y fue a preparar café y un par de tostadas con mermelada. Siempre repetía la misma rutina, después de tomar el desayuno se dio una ducha y fue a comprar el periódico.
Bien lloviera o hiciera sol, Inés salía a la calle con unas enormes gafas de sol, el pelo suelto a media melena y lo que nunca le faltaba eran sus zapatos de tacón. Andaba deprisa, nunca respondía a nadie que le preguntaba, ni siquiera al agradable quiosquero que le daba los buenos días y le preguntaba por el tiempo atmosférico, Inés siempre respondía con una leve mueca y un a dios. No quería ser reconocida por nadie, pretendía ser discreta, cuando iba al supermercado siempre miraba al suelo e intentaba no cruzar la mirada con nadie, detestaba salir de casa, por eso muchas veces Ana, la madre de Eugenia, salía hacerle la compra. Pero el periódico no, el periódico siempre lo compraba ella.
Llegó a casa y comenzó a leer el periódico en la terraza mientras en su regazo sostenía a Lulú que dormía placidamente bajo sol.
-Inés, buenos días.
-Hola Sandra ¿hoy no vienes a hacerme una visita?
-No ayer por la tarde hice un flan muy bueno, es que estoy esperando a mi marido que va a venir de la guerra, si me da tiempo mañana voy a verte.
-Esta bien como quieras.
Inés suspiró mirando a Lulú y le dijo.
-Pobre mujer, cada día esta pero.
Sandra tenía setenta y cuatro años, era viuda, no tenía hijos y ningún familiar quería hacerse cargo de ella. Había días que era la mujer más encantadora del mundo y otros en los que la pobre mujer no sabía ni donde estaba. Todas las mañanas Inés subía a su casa y le ayudaba hacer la comida y la cena, así no corrían el riesgo de que Sandra provocara un desastre. Las autoridades habían prometido que en breve trasladarían a Sandra a una residencia de ancianos.
Sobre las doce sonó el timbre, era Ana.
-Pasa estaba en la terraza leyendo el periódico.
-Mejor hablamos en el salón.
-Ana no hace falta que te disculpes por hablarme así ayer, ya me Imagino que Javier estaría en la puerta esperándoos.
-Si pero Eugenia hace muchas preguntas, ¿Porqué no puedo llamar a la señora Inés abuela delante de papá?, me dice que ¿porqué soy maleducada cuando hablo contigo delante de su padre?
-Sabes que no me importa Ana, me han hecho mucho daño, que yo le caiga mal a tu marido no me afecta.
-Ya lose pero no puedo evitarlo, me da rabia tenerte que tratar así delante de Javier para que no se enfade.
-Que el se enfade es lo de menos amiga, porque hija menudo carácter, lo que pasa es que tienes miedo a que un día mande una carta a los medios de comunicación diciendo que vivo aquí ¿verdad?
-Si la verdad es que si.
Se quedaron las dos calladas mirando al suelo. Y de repente Inés recordó algo.
-Eugenia me dijo que os ibais en verano, si se lo habéis dicho a la niña es que os mudáis y ya no hay vuelta a tras.
Ana contestó con un movimiento de cabeza.
-Me visitareis a menudo ¿verdad?
Ana corrió a los brazos de Inés llorando. Esta le acariciaba el pelo intentando tranquilizarla.
-Me voy a quedar completamente sola, Sandra también se ira. Por cierto hoy tiene un día difícil.
Pero Ana seguía limpiando lágrimas con sus manos,  mirando las fotografías que había en el salón. Se levantó y fue parándose con la mirada en cada uno de los premios que había en la vidriera. Sonrió y le dijo:
-Aún recuerdo como me gustaba sentarme frente el televisor los viernes por la tarde, contemplando embobada tus gestos e hipnotizada al escuchar el hilo de tu voz. Recortaba tu fotografía en todas las revistas, periódicos…
También Inés se levantó del sillón y se dirigió a la ventana.
-Hasta que llego el gran día.
-Para mi eso no tiene importancia yo sigo admirándote.
-Admirándome, admirándome ¿por qué?
-Hoy te sigo admirando profesionalmente a pesar de todo lo que digan.
-Tú me conoces, pero las cientos de personas que me han tachado de asesina hay fuera no me conocen.
-Yo siempre creí que eras inocente, por dios Inés eso ocurrió hace veinte años y yo te conozco hace cinco aproximadamente. No has estado en la cárcel por asesina sino como presunta asesina, eso cambia las cosas.
-Si estado un mes, en el que he tenido que ver como la gente que no me conocía, que no eran abogados ni jueces ni tenían ningún documento oficial del caso me han escupido por la calle de camino al coche de policía, me han insultado gratuitamente. Pero lo peor es ver en televisión que cuando hablan de mí se les llena la boca diciendo “recordemos”, recordemos que Inés Valle está en libertad por falta de pruebas. Refregándome que probablemente sea una asesina.
Inés hizo un gesto con la mano y Ana miro su reloj le besó en la frente y se marchó. Tras bajar diez peldaños llegó a la puerta de su casa, se había hecho tarde tenía que irse a trabajar.
Inés fue a la habitación y cogió del último cajón de la mesilla de noche la fotografía de Eduardo y se tiró sobre la cama lanzando un hondo suspiro que acabó en llanto. El era cinco años mayor que Inés se conocieron en una entrega de premios. Eduardo la admiraba por su carisma e inteligencia, ella quedó prendada de aquellos ojos negros que le miraban inquietos. Tras tres años de relación se casaron.
Un día de invierno mientras Inés trabajaba en su despacho recibió una terrible noticia, Eduardo había fallecido en un accidente de avión.
Ella tan solo tenía treinta y tres años, se refugió en si misma dejando paso a la soledad. A penas puede recordar donde quedan ya aquellos viejos cafés en alguna cafetería cercana a su oficina con alguna de sus mejores amigas, aquellas cenas familiares en las que con la primera copa de champán sus mejillas se ponían coloradas y un conjunto de carcajadas sin más le acompañaban hasta el final de la fiesta. ¿Donde han ido a parar todos aquellos momentos  de felicidad? ya no quedan ni siquiera los billetes de avión que guardaba con anhelo en su juventud, el viaje de bodas, unas vacaciones en el índico con su hermana Elsa, compromisos laborales en el extranjero… Ya no queda nada, la muerte de Eduardo le hizo romper aquellos billetes con rabia. Inés de camino al kiosco donde compra los periódicos cada mañana camina despacio al pasar por una cafetería donde siempre hay un barullo de voces masculinas hablando. Se para. Luego continúa andando moviendo la cabeza de un lado a otro. Cree que ha olvidado la voz de Eduardo, maldice entonces el tiempo y se pregunta porque pasan tan rápido los años.
A las cinco en punto de la tarde Eugenia llamó al timbre. Siempre tan puntual y con aquella sonrisa llena de inocencia y alegría.
-Buenas tardes abuela.
-Pasa a la terraza Eugenia. Por cierto ¿zumo o té?
-Un zumo con galletas.
Inés llegó de la cocina con una bandeja y la merienda.
-No, hoy no he hecho galletas, he traído flan de casa de la señora Sandra, ella no ha probado bocado y lo quería tirar. Esta muy bueno yo ya lo he probado.
-Ayer no me contaste ningún cuento. ¿De que va el cuento de hoy?
-Ya que tienes tanto interés sobre la fama si quieres puedo contarte como conseguí ser famosa.
-Sí claro.
-Bueno yo estudié filología clásica. Me apasionaba, mientras escribía cuentos, y empecé mi primera novela. Un amigo de mi padre era editor y le propuse publicar alguno de mis cuentos.
-Y entonces los publicaste en la televisión.
-No, ten paciencia pequeña. Como te decía a Guillermo le pareció una buena idea. Y después de mucho esperar publiqué mi primer libro de cuentos a los veintitrés años. Sin esperarlo de repente tuve un gran éxito en las ventas y me ofrecieron un trabajo en televisión para narrar cuentos. De sorpresa la gente elogiaba todo lo que hacía y mi caché fue subiendo. Me invitaban a eventos importantes, salía en revistas del corazón en periódicos…
-¿Cuándo leeré tu novela?
-Cuando seas muy mayor.
-Pues el uno de julio cumplo ocho años.
Inés rió.
-No Eugenia más mayor aún.
-¿Porqué no sales en la televisión si la gente te quiere?
-Tras la muerte de mi marido no podía seguir trabajando.
-¿Porqué?
-Estaba muy triste cielo y no me apetecía hacer nada. Con el tiempo fueron ocurriendo hechos que me hicieron huir de todo el mundo.
-¿Ya no vas a escribir más?
-Claro siempre escribo pero los guardo para mi no se los enseño al público.
Eugenia quedó un rato pensativa y dijo.
-Oye abuela ¿la cárcel es un lugar horrible verdad? mí padre dice que tu estuviste allí, mamá siempre le riñe.
Inés trago saliva y miró a Lulú buscando en ella una respuesta.
-Verás Eugenia a veces las personas toman decisiones erróneas y hacen cosas que no están bien.
-Pero dime abuela ¿Cómo es la cárcel?
-Es triste, solitaria, terrible. Tú nunca debes ir a ese lugar, aunque te hagan daño y tengas que defenderte, nunca.
-No yo no quiero ir a mí me da miedo. Una vez lo vi. En una película un señor muy malo iba a la cárcel. Pero tú no eres mala ¿verdad abuela?
-Yo soy humana Eugenia, y todos nos equivocamos.
Eran las once de la noche pero Inés no había cenado no tenía apetito. Llevaba más de dos horas escribiendo. Aquella conversación que había tenido con Eugenia le había causado cierta aprensión.
Una noche más al arroparse entre sus sábanas frías comenzó a llorar, esta vez lo hacía por miedo a que Eugenia le rechazara cuando dentro de unos años se enterara de lo que había pasado. La quería sin dudarlo. Ana y Eugenia se habían convertido en su única familia.
No fue un buen día. La mañana del uno de abril Inés se levantó e hizo su rutina diaria. Cuando llegó de comprar el periódico se encontró a una asistenta y un psiquiatra que bajaban las escaleras con Sandra y una gran maleta. Se la llevaban al psiquiátrico, quizás para toda la vida.
-A dios Inés estos señores me han venido a llevarme al hospital creo que estoy de nuevo embarazada.
Inés no pudo evitar soltar una carcajada.
-¿Si? Valla pues enhorabuena.
Se quedó con las ganas de abrazarle y mimarla como lo hacía cada mañana. Pero Sandra estaba feliz pensando que sus setenta y cuatro años eran veintiséis.
-Lulú creo que tu y yo vamos a quedarnos solas aquí, bueno eso no es nuevo nosotras estamos acostumbradas a la soledad ¿verdad?
Ana llamó a la puerta y al timbre impaciente.
-Se ha ido, Sandra pobrecita iba muy contenta.
-Losé, y tu también te iras. Ayer os oír discutir,  Javier ha comprado un piso ¿no?
-Si pero no nos vamos por ti tu sabes que hace tiempo que queríamos mudarnos al centro incluso antes de que tu vinieras.
Inés contestó asintiendo con la cabeza.
-No te martirices Inés eres inocente.
-Tu eso no lo sabes.
-Estas aquí y no en la cárcel.
-Si pero por falta de pruebas.
-Se que no eres una asesina, Elsa tenía muchos enemigos.
 -La vida es como un teatro, nuestro guión ya está escrito.
-Quieres decir que…
-No quiero decir nada.
-Pero Inés tu no tienes la culpa de nada.
-¡Cállate! cállate por favor.
Tras unos segundos de silencio Ana decidió marcharse pero Inés le detuvo.
-Espera pronto os iréis y con la mudanza no tendremos mucho tiempo para hablar,  estos son tres cuentos que escrito durante los cinco últimos años, son para Eugenia. Esto es para ti el manuscrito de mi primera novela.
-La vida de las palabras, Inés pero…
-Yo moriré algún día sola entre estas cuatro paredes y tú poco a poco te iras olvidando de mí. Por eso debes quedarte con él las palabras nunca mueren, nacen de nuevo en la boca de un lector, su vida es eterna la nuestra no.
Ya poco le quedaba a Inés, un álbum de fotografías, vestidos de fiestas y la soledad. Serían otras voces, otros ojos, otras manos, las que tuvieran el placer de resurgir la vida de las palabras.

 

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 21.08.2009.

 
 

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