Jona Umaes

El mundo es un pañuelo

          Pedro y Lucía, una pareja adolescente, sentían un amor tan profundo, que llegaba a ser doloroso cuando se separaban para ir a sus respectivas casas. Se conocían desde que eran críos y con el roce de los años, sus almas fueron entrelazándose como dos anillos cruzados imposibles de separar. Ambos se complementaban y entendían a la perfección. Él, con su carácter reservado, demostraba con hechos lo que le costaba decir con palabras. Siempre atento a que se sintiera bien, sufriendo cuando ella sufría, abrazándola y agasajándola con gestos y atención. Ella, al contrario que él, era muy expresiva, dicharachera, se sentía comprendida y especial por la escucha atenta de Pedro. Echaba en falta que fuera más expresivo y que le regalara el oído de vez en cuando, aunque estaba segura de él, consciente de que las acciones nunca mienten.

 

          Pasaron los años y su unión continuaba inquebrantable, pero el tiempo, que todo lo erosiona, hizo que su relación se volviera algo monótona. Eran aún muy jóvenes y los sentimientos aún poco maduros. Esto quedó constatado cuando apareció en la vida de Lucía un joven que contrataron en su empresa para el departamento de ventas. El trabajo de comercial le venía como anillo al dedo, dado su carácter abierto y ligero. A pesar de su juventud tenía mucho rodaje con las mujeres. Su don de gentes le abría muchas puertas y corazones. Claro que esa ligereza, tenía su reflejo en el escaso arraigo a la hora de comprometerse en las relaciones. Era un picaflor, que, aun rompiendo corazones, lograba quedar como amigo en sus aventuras, hasta ahí llegaba su habilidad con las palabras. Unido a que era de buen ver y cuidaba mucho su aspecto, no pasaba desapercibido a donde quiera que fuera.

 

          Lucía, al igual que sus compañeras, fue presa de su imán. Él siempre tan zalamero y divertido, hacía reír hasta a sus compañeros con su arte. Lucía se lo comentó a Pedro. Ella no tenía secretos para él y le hablaba mucho de su trabajo. Como, en un principio, todo continuaba igual entre ellos, no había lugar a la desconfianza. Conforme pasaba el tiempo, Alberto se fue asentando en la empresa, ganándose la confianza de sus jefes. Era el más eficiente de entre sus comerciales y aportaba mucho al negocio. Aquello no podía desembocar en otra cosa que no fuera un ascenso y más responsabilidades. Lo nombraron jefe del departamento comercial y su labor pasó a otro nivel más elevado. Ahora su misión era organizar reuniones con directivos de otras empresas y cómo no, él mismo se encargaba de forjar alianzas y negocios de calado, haciendo subir a la empresa como la espuma.

 

          Llegaron las fiestas navideñas y Pedro acompañó a Lucía a la cena de empresa. Alberto se sentó justo en frente de ellos. Quizás solo fuera casualidad, aunque él hacía tiempo que le había echado el ojo a Lucía. En los desayunos, se las ingeniaba para terminar entablando conversación con ella. Charlaban de todo. Lucía, en alguna ocasión, ya le había hablado de su novio, por lo que Alberto estaba al tanto. Durante el transcurso de la cena, él se dirigía a ambos con su desparpajo habitual. Hasta a Pedro le hacía gracia sus anécdotas. Poco a poco, de forma desapercibida y casi imperceptible, fue fijando más su atención en Lucía. Pedro al ser más reservado no entraba apenas en la conversación y se limitaba a escucharles. Como suele ocurrir en las personas reservadas, su sentido de la observación estaba más agudizado, pues en algo tenía que trabajar su mente si no verbalizaba. Fue entonces cuando se dio cuenta de la mirada de Alberto hacia su novia, a la que ella no le hacía ascos. La delataba el brillo de sus ojos. Pensó que quizás fuera el efecto del alcohol por lo que ella se mostraba tan exultante, pero eso no impidió sentir un pellizco doloroso de celos y comenzó a sentirse incómodo. Ya no era tan de su agrado el discurso del otro. Hasta esa noche poco sabía de él, salvo lo que le contaba Lucía respecto al trabajo. Ahora que lo tenía en frente, se dio cuenta qué tipo de hombre era, totalmente opuesto a él en todos los sentidos.

 

Pedro acompañó a Lucía a su casa y por el camino charlaron:

 

La cena ha estado muy bien. Estaba todo muy ricodijo él.

Sí, Alberto se encargó. Es una “navaja suiza”. Le mete mano a todo.

Sí, se le ve muy desenvueltodijo Pedro pensando en lo último que había dicho su novia.

¿Te lo has pasado bien, cariño?

Claro, la conversación de tu compañero es muy amena. Parece que ha vivido mucho y cuerda no le falta.

Ja, ja, ja. ¡Es un bicho! Si te contara las conversaciones de mis compañeras...

Ya imagino. Ten cuidado con él, los hombres así no ven más allá de sus narices.

¿Qué quieres decir?dijo ella sorprendida.

Que como buen comercial, van a lo que van, sin miramientos ni escrúpulos.

No te sigo.

Da igualzanjó él.

 

El resto del camino lo hicieron en silencio, pero como iban achispados, sobre todo ella, los efectos del alcohol diluyeron rápido las suspicacias.

 

Hasta mañana, cariñodijo ella. Y se despidieron en un largo beso que Lucía notó algo más vehemente de lo habitual por parte de Pedro.

 

          Aquella noche fue un punto de inflexión en su relación. Realmente no pasó nada que lo propiciara, pero Pedro tenía el firme convencimiento que su novia le ocultaba algo. El hecho que así fuera, ella, que era siempre tan transparente, afianzaba más aún su desconfianza.

 

          Alberto, una vez conoció a Pedro, se hizo una idea de las posibilidades que tenía respecto a Lucía. Se preguntaba qué veía en él para tenerlo como pareja. Alguien tan callado, sin apenas presencia en una conversación, pensó que sería un débil rival. Así fue como, a partir de aquella noche, pasaría a la ofensiva en su conquista de Lucía. Tenía todo el tiempo del mundo, ya que la veía a diario y siempre buscaba momentos para estar con ella a solas, con cualquier excusa. No había que ser muy listo para saber cuál era su carencia. Día tras día dejaba caer algún pequeño cumplido respecto a su aspecto, muy sutilmente, como quien no quiere la cosa. El hecho de regalarle paulatinamente el oído, cual gota que horada la más dura piedra, unido a una buena brisa de simpatía y cordialidad, fue haciendo que la imagen de él fuera ocupando la mente de Lucía sin apenas darse cuenta.

 

          Pedro percibió cómo fue cambiando su novia al unísono que Alberto la agasajaba en el trabajo. Era evidente que en Lucía se estaba produciendo un cambio, ya que, en sus conversaciones, a ella se le iba la mente a otro lugar, quedando con la mirada perdida.

 

¿Qué te pasa? Parece que no estés aquídijo Pedro.

Perdona, es que se me ha venido a la cabeza un asunto del trabajomintió ella.

¿Te preocupa algo?

No, tonterías. Vamos a disfrutar de esta deliciosa lasaña, que tiene una pinta…esquivó ella.

 

          Una vez vio Alberto que la situación requería dar el siguiente paso, no se anduvo con rodeos. Un día, al finalizar la jornada, buscó el momento “casual” para coincidir en el aparcamiento de la empresa con Lucía. Parecía cosa del azar que se encontraran y entablasen otra conversación. En esa ocasión, entre risas y bromas, la cogió desapercibida y la besó con decisión. Ella intentó empujarle sin éxito para separarlo, lo cual duró apenas un instante, porque finalmente cedió y se dejó llevar.

 

          Ella ya no estaba segura de sus sentimientos hacia Pedro. Después de tantos años, sintió que su relación ya no era la misma que antes. La aparición de Alberto lo había cambiado todo. Él la hacía sentir especial, siempre atento a su aspecto, generoso en cumplidos, era todo lo expresivo que no era Pedro. Sus pensamientos se iban hacia Alberto, no hacia su novio. Fue entonces cuando se dio cuenta de que su relación se había acabado.

 

          El día que se lo dijo no pilló desprevenido a su pareja. Él reaccionó como si ya lo supiera desde hacía mucho tiempo. Aunque tuviese destrozado el corazón, no se lo iba a demostrar a ella. El orgullo le podía. Simplemente le dijo:

 

¡Qué frágil era lo nuestro! Con los años que hemos pasado juntos, aparece alguien de repente y lo echa todo a perder.

No es culpa de nadie. Me siento mal por ti. Hemos pasado muy buenos momentos, pero últimamente lo nuestro ya no era igual que antes.

Claro, en eso ha tenido algo que ver Albertodijo Pedro dolido.

No lo creo. Venía de antes de conocerle.

Si tú lo dices…

Venga, ¿verdad que no me odias por esto?cogió la mano lánguida de Pedro, que no tenía fuerzas ni para rechazarla. Le abrazó, acariciándole la cabeza con la mano. Pedro se asió a ella como náufrago en medio de la nada. Ya no pudo soportarlo y su cuerpo se estremeció por el llanto.

 

          Después de aquello, sus vidas siguieron su curso por separado. Pedro conoció a más mujeres, pero no conseguía que ninguna relación cuajara. Se centró en terminar su carrera de Medicina y se convirtió en un cirujano de renombre. Su vida era su trabajo y a eso dedicaba todo su tiempo.

 

          La relación de Lucía y Alberto siguió adelante. Lo que apuntaba a una nueva aventura, se convirtió en algo más serio. Parecía que nunca iba a llegar el día en que fuera a sentar la cabeza, pero ella consiguió lo que ninguna otra pudo lograr. Alberto continuó prosperando en la empresa hasta convertirse en uno de los jefes. El poder y llevar una vida más asentada hizo que relajase su dieta, cogiendo algunos kilos de más, pero conservando siempre su buen porte.

 

          Un día, entró de Urgencias en un hospital un paciente que le había dado un infarto. Los médicos de la UCI lograron reanimarlo y estabilizarlo. Quedó ingresado en el hospital y el médico de turno entró en su habitación para ver cómo estaba e informarle de las pruebas que le habían hecho. Lo hizo sin levantar la vista de los papeles que llevaba en la mano. El hombre estaba solo, sin acompañante, aunque había un bolso de mujer y una chaqueta en la silla, junto a la cama.

 

¿Cómo nos encontramos?dijo el médico.

Biendijo el paciente. Tenía puesta una máscara de oxígeno para ayudarle a respirar.

 

El enfermo miraba al médico como si le conociera. Le daba vueltas a la cabeza, intentando recordar, hurgando en su pasado.

 

Voy a esperar a su acompañante. Querrá estar al tanto de lo que tengo que decirle.

¿Es grave doctor?

Después de haber tenido un infarto, hay que intentar que no se reproduzca…

 

En ese momento entró en la habituación una mujer, que aceleró el paso al ver al doctor de espaldas en el pie de la cama.

 

Buenos días doctor…

 

Ambos se quedaron mirando, reconociéndose. Lucía y Pedro se volvían a encontrar después de tantos años.

 

¿Pedro? ¡Qué casualidad! ¿Cómo estás?

Bien, ¿y tú? Me alegro de verte. No has cambiado. Siento que nuestro reencuentro sea en estas circunstancias.

Es Albertodijo ella señalando a su pareja.

 

Los dos se miraron de nuevo, reconociéndose en ese instante.

 

¿Alberto? No te conocía con la mascarilla.

A mí me sonaba tu cara, pero claro, después de tantos años, la gente cambia.

 

          Tras la alegría que le dio ver de nuevo a su ex, vino la decepción al tener que tratar al que se la robó. Haciendo tripas corazón, dejó aparcado el pasado para centrarse en el asunto que lo había llevado allí.

 

Le decía a Alberto, que era mejor no tentar la suerte y que se repitiera de nuevo el infarto. Hay que operar. Pero no os preocupéis. Soy de los mejores especialistas de la ciudad y todo saldrá bien.

Gracias Pedro dijo Lucía ¡Ha sido un susto terrible! Aún no me he recuperado.

¡Ey, que el que tiene que recuperarse soy yo! dijo Alberto, con su sonrisa de siempre Lo tuyo con unas pastillas se arreglahaciendo sonreír a su pareja, aunque Pedro ni se inmutó con la broma.

Bueno, pues ya os informarán del día y hora de la operación. Será pronto, no es algo que se pueda demorar.

Gracias de nuevodijo Lucía.

 

Hasta luego dijo Alberto Pedro salió de la habitación, aflorando en él bellos recuerdos con Lucía y cómo terminó todo entre ellos.

 

          La noche antes de la operación, a Pedro le inundó una sensación de malestar. No era de su agrado tener que operar a Alberto, pero tenía que anteponer su deber como médico. Antes de poder dormirse, los recuerdos pasaron por su mente como una película, produciéndole sentimientos de alegría, tristeza y rabia.

 

          En la sala de operaciones, Alberto yacía inconsciente con el pecho abierto. Pedro observaba el palpitar del corazón. Había realizado esa operación cientos de veces. De un vistazo supo dónde estaba el problema y lo que tenía que hacer. Acompañado de su asistente, que sabía casi tanto como él en ese tipo de operaciones, Pedro, en un momento dado, se quedó como paralizado. Gotas de sudor surgieron de su frente. En su mente se sucedían un torbellino de imágenes del pasado, buenos momentos con Lucía, la cena de Navidad, su abrazo de despedida. Todo eso sazonado con sentimientos encontrados. Tenía en sus manos la vida de aquel ladrón que le había quitado lo que más quería.

 

¿Se encuentra bien doctor?dijo la asistente.

Sí, sí, continuemosdijo Pedro, saliendo de letargo.

 

          Pero su mente seguía elucubrando. El rencor, mucho tiempo atrás enterrado, salió a la luz, y le hizo desvariar teniendo malos pensamientos. Podría hacer una mala “reparación” de esa cosa roja que tenía ante sus ojos. “Cosa” era la palabra apropiada, porque dudaba que ese hombre tuviera corazón después de lo que le hizo. Quizás un apaño temporal, para que en unos meses tuviera otro susto, o con un poco de suerte, pasara a mejor vida. Su enfermera ni se enteraría. Tenía presente su experiencia, pero él era el experto y sabía que “tornillos” apretar o aflojar para que aquel músculo tuviera algo similar a una obsolescencia programada. En esos pensamientos estaba mientras manipulaba sus instrumentos sobre el paciente.

 

Pedro empujó la puerta de la sala de operaciones para salir. Una vez en el pasillo, Lucía le abordó con ansiedad.

 

¿Cómo está, Pedro?

Todo ha ido bien, Lucía. Tienes Alberto para rato.

¡Gracias!Lucía le abrazó, emocionada, y él lo disfrutó como años atrás, cuando estaban felices juntos.

 

          Pedro la ayudó a sentarse mientras se despedía. Siguió su camino empujando otra puerta abatible, con la conciencia limpia, desapareciendo de la vista de Lucía que lo observaba.


 

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 21.06.2020.

 
 

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