Jona Umaes

La cucaracha

Juan era muy aficionado a la bicicleta. Acudía al trabajo a diario pedaleando. Sin importarle el frío matinal, antes del amanecer, se colocaba su culotte y ataviaba su bicicleta con reflectantes y luces. También tenía una pequeña alforja que colgaba del cuadro de la bici. En ella colocaba unos altavoces bluetooth, que a pesar de su tamaño reducido emitían unos potentes graves, y con la música de un viejo móvil, que sólo servía ya para eso, llegaba sin apenas esfuerzo al trabajo en menos de veinte minutos. La música le hacía olvidarse del esfuerzo y el recorrido se le hacía liviano. Cuando llegaba su cuerpo ya estaba activo y comenzaba la tarea con energía y la mente totalmente despejada. Esa rutina en su día a día le permitía mantenerse en forma.

Un día, su padre le pidió ayuda para desmontar una estantería de madera de una alacena. Allí guardaban ropa y otros enseres de poco uso. Las paredes se habían desconchado por una humedad filtrada del vecino de arriba y había que arreglar aquel desperfecto para luego pintar. Una vez en faena, desalojaron toda la ropa del armario. Con el meneo de prendas y que era un armario que casi nunca tenía movimiento, salieron espantadas algunas cucarachas que allí tenían su residencia. Huían con sus pocas pertenencias, pero apenas si pudieron recorrer medio metro. Las machacó sin piedad, emitiendo un ruido similar al explotar de las pompitas de aire de los plásticos para proteger paquetes. “Plas, plas”.

Así fueron desataviando el armario y ya sólo quedaba una gruesa manta de invierno. La colocó junto al resto de ropa y comenzaron a desatornillar las baldas. Una por una las colocaron en una habitación adjunta. Se detuvo un momento para mirar el móvil y sin soltarlo cogió la balda que quedaba agarrándola con el otro brazo. De camino a la habitación, una cucaracha rezagada apareció en su brazo correteando hacia arriba, pero al llevar jersey no la percibió hasta que se le subió al cogote. Al instante notó el nervioso correteo de las patitas del bicho sobre su escaso cabello y soltó una blasfemada mientras con la mano donde llevaba el móvil intentaba quitársela de la cabeza.
 

Ahhh, me cago en...
 

El bicho voló junto a su móvil que se le escapó de la mano con el movimiento brusco. La cucaracha, sobre el móvil, reía divertida:

 

- Jajaja, ¡Qué chulo! Estoy volando. Yupiiiii.

 

El móvil cayó de pico al suelo y la cucaracha se escabulló entre los muebles de la habitación. Juan recogió rápidamente el móvil del suelo. La carcasa que lo protegía se había rajado, pero el móvil parecía que no había sufrido ningún daño. Seguía funcionando con normalidad. Como ya le quedaba poca batería lo puso a cargar y se olvidó de él.

Al par de horas, no supo por qué, pero algo le hizo ir a donde tenía el móvil en carga. El aparato tenía la pantalla negra y quemaba al tocarla. Lo desenchufó rápido. Se asustó al pensar que podía haber estallado la batería y ocurrir una tragedia ya que su madre estaba sentada en un sillón justo al lado.

Fue una de esas casualidades que a veces le ocurrían y que le habían evitado muchas desgracias. Aunque no era algo en lo que pensara habitualmente, sí le venía a la cabeza momentos después en que respiraba aliviado al lograr esquivar milagrosamente alguna tragedia.

El aparato ya no tenía arreglo. Se había quemado algo por dentro y estaba inservible. Y lo peor era que no había hecho copia de las fotos y documentos que tenía en la memoria. Si el móvil hubiera tenía tarjeta no habría habido problema, pero estando la información en el mismo teléfono ya no había forma de sacarla. Ese móvil lo utilizaba para muchas cosas en su día a día. Tenía muchas anotaciones y hacía muchas fotos con él porque poseía una cámara potente. Hacía dos años que lo compró y aunque no era de gama alta, iba muy fluido.

Así que volvió a su casa con el disgusto y pensando si quizás no habría sacado algo, en algún momento, de lo que había en el teléfono.

 

- ¡Puta cucaracha!, pensó.

 

Utilizó uno de sus antiguos móviles provisionalmente mientras buscaba por internet otro de similares o mejores características del que se desgració y que no se disparara de precio.

Las cosas no se les da el valor que merecen hasta que se las pierde. Bien que lo notó él utilizando el móvil que usaba ahora, que iba más lento que un seiscientos y le desesperaba.

Después de muchos días mirando por internet, al fin encontró el sustituto adecuado. Era algo mejor que el que tenía. Más moderno. “No hay mal que por bien no venga”, se consoló acordándose de su antiguo móvil. ¡Y lo bien que sienta cuando te compras un nuevo cacharro, recreándote al desembalarlo! Saca las cosas con cuidado, no vayas a piciarla ante de tiempo con los nervios. En esos pensamientos estaba, como un niño con su regalo de reyes, cuando comenzó a confeccionar la batería de pruebas para el móvil por si tuviera algún defecto y hubiera que devolverlo: Wifi, cámara, gps, sensores, audio…

Compró una funda acolchada, pensando en que, si se le caía de nuevo, no le produjera daños.

 

Al día siguiente, se disponía a salir de su casa con su bici hacia el trabajo. Ya fuese porque no había dormido suficiente o porque la mayor parte de su atención estaba en su nuevo móvil, al poco de salir se dio cuenta que no llevaba la alforja con los altavoces. El camino se le hizo más largo que de costumbre. Tenía por música el roce monótono de las cubiertas de las ruedas sobre el asfalto y el desagradable ruido del tráfico que no podía mitigar con sus canciones preferidas.

A mitad de camino, al subir el bordillo de una acera notó un ruido seco detrás de él. Al principio no le dio importancia ya que por el suelo siempre había muchas cosas y las ruedas al aplastarlas hacían ese tipo de sonidos, pero al segundo se detuvo y miró hacia atrás. Había un bulto en el suelo que no lograba distinguir por la escasa luz. Cuando se acercó reconoció la funda de su móvil. Le inundó una sensación de susto y alivio. Con el cuerpo cortado aún, continuó el recorrido tras recoger el aparato.

Gracias a la funda el móvil no había sufrido ningún daño y todo funcionaba correctamente. El día transcurrió con normalidad y al llegar a casa y ver la alforja musical que había olvidado pensó en la nueva casualidad que se había producido. Si no la hubiera olvidado, no habría podido escuchar caer su móvil al suelo y con toda seguridad lo habría perdido sin haberlo apenas disfrutado.

Y todo esto sucedió gracias a una cucaracha que, sin buscarlo, disfrutó de unos segundos volando sobre un móvil moribundo y de casualidades que a veces no son tales.

 

Este relato es ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura casualidad ;-)

 

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 02.02.2020.

 
 

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