Jona Umaes

Entre sábanas

Dormía profundamente cuando algo le despertó. No supo qué fue, pero ya tenía los ojos abiertos en la oscuridad. Alargó un poco la mano y la calidez y suavidad de un cuerpo le engatusó. La piel satinada en la penumbra lucía tenue por la escasa luz que entraba por la ventana. Acarició con su mano aquella superficie tibia recorriendo su costado. Era una sensación muy agradable. Se acercó a aquel cuerpo que desprendía calor y se adosó a él de forma que sólo parecían uno. Pensaba que no había lugar ni momento de tanta dicha en el mundo que ese instante.

 

Pasó su brazo sobre ella y lo reposó en su vientre, refugiando su mano entre sus pechos, tiernos y ardientes. Le besó su hombro desnudo y se embriagó con su aroma. El roce de sus dedos hizo que sus pezones plácidos se endurecieran. Él los palpaba al igual que sus senos curvos y seductores. Ella se giró hacia él sonriendo. Le miraba con ternura y él apenas si pudo sostener la mirada. Refugio su rostro en el hueco de su cuello y se desahogó sembrando besos por doquier. Aquel cuerpo ligeramente cálido ahora ardía y en cada uno de sus besos sorbía y robaba parte de ese calor inextinguible. Ella no emitía ningún sonido, ni tan siquiera un hálito de placer, sólo permanecía con los ojos cerrados y lo labios entreabiertos.

 

Cuando se sació de aquel cuerpo apoyó su mano en la cabeza con el codo en la almohada. Observaba el tenue brillo de su rostro relajado. Con la yema de sus dedos recorrió su frente de un lado a otro y bajó por la mejilla. Luego recorrió su nariz desde el entrecejo hasta la punta, continuando por el bigote y luego la barbilla. El rostro de ella, con los ojos cerrados, se relajó más aún y su boca expresó una media sonrisa de placer. Aquel ligero y sutil movimiento de dedos le producía un hormigueo agradable.

Terminó aquel ritual perdiendo sus dedos en su cabello que recorría una y otra vez desde la frente, entrelazándolos con sus mechones. Su pelo suave y dócil se escurría fácilmente por su mano. A él también le encantaba que le acariciasen la cabeza, un gesto que retrotrae a la niñez y que amansa e induce confianza. Ella se dejaba llevar dócilmente y disfrutaba cada instante de aquella atención.

 

Después, con el dedo índice fue recorriendo su cuello, hombro, brazo, y abriendo su mano acarició suavemente el vientre. Después de repetir el movimiento unos segundos quiso bajar aún más pero entonces el zumbido violento del despertador hizo que se desvaneciera el cuerpo de su mujer, dejando su mano huérfana sobre las sábanas que aún mantendrían por unos instantes el calor su amor.

 

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 25.01.2020.

 
 

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