Jona Umaes

La abuela

 

― Cómo has dormido hoy, mamá.

― Bien. Pero estoy muy mal, hijo.

― ¿Qué te duele?

― No lo sé, no sé qué me duele.

 

Hablaba con angustia y sus problemas con la respiración hacía que sus palabras vibraban levemente.

 

― Hoy hace un día muy bueno. ¿Quieres tomar el sol?

― No, no tengo ganas de nada, de verdad.

― Bueno, relájate un poco. Cierra los ojos y luego cuando entre más el sol por la ventana te pones un poco al calorcito.

 

Pedro mientras tanto se entretenía con el móvil. De vez en cuando la observaba ya más relajada, con los ojos cerrados y la respiración calmada. Los últimos años habían sido muy malos para ella. Desde la caída por las escaleras, sin aparente gravedad, y que luego evidenció una pequeña fisura de cadera, no levantaba cabeza. Tras los primeros meses de dolores sin saber la causa, porque las radiografías no mostraban daño alguno, fue casualmente que le hicieron un tac por otro motivo, cuando surgió la leve fisura que la estaba martirizando.

También estaba perdiendo la memoria. Y es que su estado depresivo, por el hecho de no poder hacer una vida normal, y estar dependiente, no le ayudaba en nada. Estaba desganada, y una persona mayor que no ejercita el cerebro, como cualquier otro músculo, deriva en decadencia y deterioro.

Eso no le impedía estar lúcida por momentos, pero junto a los olvidos estaba también el soñar despierta, provocado por la cantidad de pastillas que tenía que tomar.

 

Pedro, al ser hijo con más tiempo libre, cargó con la responsabilidad de ayudar al padre, que también estaba ya muy mayor, y no podía con todo. Ocurría lo de siempre. Los otros hermanos, más ocupados y con más responsabilidades, apenas si dedicaban tiempo a la madre.

Ver en ese estado a su madre, durante un período tan largo, le pesaba. Le influía en su vida diaria. Pero era ley de vida tener que pasar por aquello. También era una suerte para los padres, tener ayuda de los hijos, porque hay quien no tiene a nadie, o aun teniéndolos, se desentienden, y pasan su vejez en la más absoluta soledad y abandono. Cuántos casos de personas mayores, fallecidos en sus domicilios y descubiertos por casualidad por algún vecino en un estado lamentable.

 

Los días que pasó la madre en el hospital, que no fueron pocos en el último año, eran más duros aún.

El personal de enfermería era en su mayoría muy cordial y el médico especialista que la trataba muy cercano y simpático. La madre de Pedro estaba muy contenta con él. Pasaba mucho tiempo sentada, pero de vez en cuando se levantaba y caminaba un poco con el andador. Su caminar era cansino y le costaba dar cada paso. Pedro, aprovechando una de esas ocasiones, la grabó con el móvil. Luego editó el vídeo pasando las imágenes a cámara rápida. Lo compartió con su padre y hermanos. Le añadió un texto al vídeo “Mamá está en forma”. Cuando su madre se sentó a descansar, se lo enseñó y comenzó a reír, enseñando una ristra de dientes amarillos y doblados.

 

― ¡Quita eso que me va a dar un ataque!, jajaja.

 

En otra de las ocasiones que estuvo en el hospital, le grabó otro vídeo parecido mientras se apoyaba en el cabecero de la cama y daba un paso hacia adelante y otro hacia atrás, una y otra vez. La animación a cámara rápida resultó muy graciosa porque parecía que estaba bailando: “¡Mamá de fiesta!”

 

Al menos esos momentos los pasaba divertidos, dentro de su día a día monótono y alicaído.

 

Cuando estaba en su casa no tenía buen ánimo. Había perdido el apetito y no sabía cuándo tenía hambre salvo cuando el cuerpo le mandaba señales en forma de temblores y nerviosismo. Siempre se negaba a salir a la calle o a ir a alguna comida con la familia. Tenía siempre mal cuerpo y sentía mal. También le incomodaba ir en silla, ya que no podía apenas caminar.

 

A veces decía que ya no quería seguir viviendo. Que se quería morir. No podía soportar el malestar y la angustia. Los tranquilizantes la apaciguaban y se quedaba tranquila en el sillón, semidormida, con los ojos cerrados, hablando a veces en alto por recuerdos que se le venían a la cabeza, y si se le preguntaba qué decía, se daba cuenta que estaba soñando despierta y sonreía.

 

Los nietos se burlaban de ella haciéndole preguntas que ya sabían que no recordaba y como ella contestaba lo primero que se le venía a la cabeza, se partían de la risa. Era preocupante que ya no recordara las cosas del día a día.

 

Su cumpleaños se acercaba y Pedro quería hacerle un regalo especial. Algo que le sorprendiera y le alegrarse al menos durante unos instantes. Dio un paseo por el centro, curioseando en los escaparates de las tiendas. Era ya diciembre y anochecía muy pronto. Las calles estaban iluminadas con las luces de Navidad y los negocios colmados de adornos y bombillas multicolores. Había gente por todos lados. No había calle sin gente paseando. Se detuvo en un escaparate donde vendían todo tipo de hierbas y productos naturales, como miel, canela en rama, infusiones, píldoras para diversas dolencias... Entró a curiosear. Le entraron por los ojos los cestos llenos de golosinas de colores de multitud de sabores. Había sacos abiertos llenos de hierbas que vendían al peso. Las paredes con estantes, estaban colmados de botes de cristal y con etiquetas con nombres de lo más variopinto. Se fue hacia un rincón donde un cartel anunciaba remedios naturales para dolencias comunes: Insomnio, jaqueca, dolores de todo tipo… le llamó la atención un bote cuya etiqueta decía “Sueños de juventud. Para personas seniles”.

Tenía tan solo 3 cápsulas. No se veía ninguna anotación más.

 

El día del cumpleaños de la madre, le dijo:

 

― Toma mamá. Para ti.

― ¿Qué es esto?

― Por tu cumple.

 

Y le dio dos besos.

 

― ¿Mi cumpleaños? ¡Ay!, ¡que no me acordaba!

 

Le quitó el envoltorio con manos temblorosas.

 

― ¿Y esto para qué es?

 

― Es para que duermas bien, que te hace falta. Ya me dirás qué tal son.

 

Ese día la visitaron el resto de hijos y nietos y pasó un rato agradable, por la compañía, la merienda y los regalos.

 

Cuando se fue a dormir se tomó una de las pastillas del bote.

 

Esa noche tuvo un sueño especial. Soñó recuerdos de cuando era una niña y de la adolescencia. Eran imágenes muy vívidas. Su marido veía que se movía mucho en la cama y se extrañó que no se despertara. Estaba acostumbrado a que se desvelara varias veces cada noche, con ansiedad y quejumbrosa.

 

Pedro la llamó por teléfono a la hora del almuerzo. Su madre le contó lo que había soñado. Lo recordaba todo, y hablaba con emoción. Estaba ilusionada, cosa extraña desde hacía ya tanto tiempo.

 

Me alegro mucho, mamá. Parece que las pastillas funcionan. A ver qué tal esta noche.

 

La segunda noche soñó con más recuerdos. Le vinieron imágenes de su boda y los primeros años de matrimonio. Igualmente durmió del tirón toda la noche. Por la mañana amanecía tranquila y le contaba con agrado lo soñado al marido, que no podía creer lo que le estaba pasando. Se estaba produciendo un cambio inesperado en ella. Pasó de la depresión y la angustia, a un estado más vital y alegre.

 

Visto el efecto tan bueno que producían las pastillas en ella, se iba a dormir con la incógnita de qué soñaría en esa ocasión. Esa noche revivió la maternidad de todos sus hijos y la vida caótica de sus primeros años.

 

Aquellas pastillas eran milagrosas. Se la veía más animada, con ganas de hacer cosas. Hasta quería salir y ver gente.

 

Un día que Pedro fue de nuevo a casa de sus padres, encontró a la madre muy cambiada. Tenía mejor semblante. Apenas se quejaba de sus dolencias.

 

― Te veo mucho mejor mamá.

 

― Sí, desde que me tomé las pastillas que me trajiste, nada es lo mismo. ¿Dónde las compraste?

 

― En una herboristería.

 

― Pues son muy buenas. ¿Puedes ir a comprar más?

 

― Claro. Luego me paso de vuelta a casa.

 

Pedro fue a la tienda de nuevo y buscó donde estaba el tarro de pastillas. No las encontró. Preguntó al dependiente y le dijo que esas pastillas eran las últimas que quedaban. Se las traía un conocido de un pueblo, pero ya hacía mucho que no iba por la tienda. Así que no podía ayudarle.

 

Pedro visitó otras tantas herboristerías de la ciudad. También buscó por internet, sin éxito.

 

Tampoco hacía falta. Aquellas pastillas parecían haber producido un cambio duradero en su madre, pues fue mejorando con el tiempo y lo mejor de todo, le devolvió recuerdos que retendría hasta el resto de sus días.

 

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 30.11.2019.

 
 

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