Joel Fortunato Reyes Pérez

QUIMÉRICOS ADEMANES

QUIMÉRICOS ADEMANES
 
Muchos charcos humean, liras de dulzura, con vapores de sangre
que cubren de negro y rojo al bañar flores, en el acompañamiento lejano,
pues no estoy capacitado para toda la partitura.

Sólo golpearé
con un puño piadoso a la ventana dura, donde un cuervo se pierde
en las rígidas puertas, y en el pardo campo sin batalla.
 
Y se hincha, blanquecino y ni hace falta rezar
y bajar la cabeza al desamor, herido, y rápido,
pues la pereza ya no daña… Ni siquiera el vientre de caballos
muertos, sus patas extendidas, en el último amanecer de los labios de la suerte.
 
Lejos la arrastra el río,  con desesperación, mientras se hunde
en luctuosos puertos invernales, la campana cubierta de tristeza.
Tiempo abajo, de la bala líquida que veo bajo el pantalón
y la camisa de una culebrilla.

Su pecho es inocente , sin pagar ninguna sonrisa, como un niño,
y su cadena sin cadera,
es el tibio camino,
eclipsado que conduce
al jardín de todos los prismas de placeres.
 
Me tiñe con el arte, crucificado en vano
por la flor que se extiende,
por mi árbol de otoño sin ojal.
Por entre eternidades, con laurel en mano,
cuyo horizonte es voz doliente, que humea como fuego.
 
Arrastrándose por el terciopelo, rumoroso, membrudo, coposo de la noche...
Olvida que hubo la vida, en la sed del caminante,
en la nada incomprensible, donde llega a sufrir calor,
de olvidos de tinieblas,  de sudar, en una ingenua contracción,
sentir la piel quemada,
desperezarse lentamente,
pese a que yo tenía unos cien años más,
de jardín sin armonía que otros pasajeros,
del puente y las gargantas secas
pese a que eran obvios la plata grata, y  al rato en una catarata  dar la vuelta,
con la indolencia de la satisfacción.
 
Que la vida habrá, de terso pasto, olvida...
Se arrastran en sus inflexibles momentos,
angélicos desde los campos melancólicos de las cavernas,
sin  las tinieblas  nocturnas...
 
Cuando se emborrachan con aire y se juran amistad,
conversan  con la brisa mezquina y cínica,
y despiadadamente un león se siente ya conejo en su congoja.
 
Y aunque la vida siga
de un cuerpo desterrada,
en la calma insomne de tarde blanda,
y aunque de esmeralda la espalda,
extraviada en mitad de la feria,
me miras sin piedad de cielo salvaje,
y te marchas,
cargada de maletas, sin pañales, sin tu mar más querido,
ni señas ni remite de ambición ni maldad.
 
El instante quedó,
en su puro albor pálido,
en la vigilia del espejo
como sombra del tiempo,
hasta el amanecer. Luego, entregados a la pasión,
tornillos, sauces, de ilusión y a escala,
trabajan cual necios sin remedio.
 

 

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 14.12.2016.

 
 

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