Franciny Torres Corrales

Zonotorh

Parte 1
 
 
La Profecia Del Diente de Dragón
 
     La carta Zonotorh había predicho que en una noche de eclipse, la sangre real bañaría su trono. Que la dulce y fúnebre melodía de la muerte, se confundiría con el clamar de los insectos nocturnos. Ella, como tutor de paz obligaría a todo aquel que la mirase a rendirle pleitesía y los que bravamente se aferraran a la vida, los pasaría de ignotos. Que los ímpetus de la naturaleza vendrían en contra quienes no miraran más allá de su codicia y falsedad.
 
 
“en la noche de eclipse, cuando la luna se ensangriente, surgirá un nuevo hechizo”
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
I
Las Lágrimas De Fuego
 
 
Miraba con espanto aquella carta. Trataba de quitarse de encima esa intranquila profecía. Su pulso no andaba bien y sus acciones eran un poco torpes. Viendo pocas opciones para desahogarse, opto por invitar a una [1]grisna, llamándola con un tenue silbido.

Grisna mensajera, vuela a lo más alto de las montañas del este y lleva a los Korah este mensaje. Apresúrate, queda muy poco para el próximo eclipse. Te encomiendo esta tarea. Ahora vuela… - la grisna salió volando hacia la espesa altura de la noche. Consigo llevaba un pesado augurio y sus débiles esperanzas.

 
Ragard se ocultó tres días en su mazmorra, leyendo una y otra vez el arcano. No había equivocaciones, todo era tan claro como el agua. La primera noche estuvo indagando en sus recuerdos sobre su fatídica sentencia. Nunca pensó que su don lo conduciría a estar del lado de los malos. Esto era real aunque siempre supo que él no era así. El segundo día de nuevo vio el arcano inundándolo más de terror al recordar lo claro que este era y que por eso estaba allí en Laugros.
Laugros, también llamado el pueblo de la neblina eterna, era un pequeño caserío de labriegos y  de mercaderes. Cubierto por una capa de niebla, pocas veces en el año dejaba filtrar los rayos del sol. Este poblado, era cede para una de las guarniciones más grandes del reino Zenegh. Este reino, a diferencia de los demás reinos compartía gran afinidad con los emigrantes de varias regiones del planeta Gea. Además de tener la lengua nativa Zeneghal, también se hablaba Datso, lengua antigua de los meridianos del norte. Laugros era en extensión más pequeño de lo que se podía creer, sus limitadas fronteras se alcanzaba a pocas horas de marcha. Existía un pequeño templo, donde la liturgia no cesaba y también se autorizaban las ejecuciones de aquellos desdichados sentenciados a muerte por la corte de Zenegh.
 
Había una residencia para viajeros de paso y solo quedaban muchas granjas que trabajaban con ganado, pasto y hortalizas. Un centro de producción agrícola, que custodiaba las vidas de los más ruines delincuentes del reino entero. Entre sus barrotes, eslabones de barro y roca se hallaba Ragard. Por órdenes reales tenia los cuidados que otros no, atenciones que se acabarían pronto. Su condena terminaba dos días más allá del presente día. La guarnición se adentraba en la tierra dejando dos pequeñas celdas a lado y lado de la entrada principal en la superficie, con cuatro torres en postura de vigilancia. Con Dogos, canes de rastreo y caballos se resguardaban las cuatro fronteras de Laugros. El boquete de la entrada era en piedra rustica, tallada con insignias reales y marciales. Dos Guardias permanecían en esta, postrados de manera permanente cambiando periódicamente su posición. La presencia de la guardia ya era común entre la población. El campamento se esparcía en grandes y pequeñas tiendas, cerca de los lugares de pastoreo para los ganaderos de la región.
La milicia de Zenegh era ordenada e imponente, de armaduras plateadas,  bañadas con visos rojos, para crear una armadura hincha de su bandera real. Los rangos en ese hueste se podían distinguir fácilmente con la ausencia o presencia de las hombreras. Quien no tenia se podría juzgar de peón y quien tuviera grandes hombreras se podría juzgar de alfil o torre, grandes rangos en esta casa.
 
Al tercer día se llenó de una obsesión por leer arcanos que incluso el ni entendía. Nunca aparto el mazo de cartas de su lado, eran por desgracia su única compañía. Además de su mazo lo acompañaban los rumores que iban y venían. No solo rumores del pueblo si no del reino entero también. Tomando ventaja del cambio de turno los guardias se cruzaban los últimos menajes que traían verdades o al contrario solo invenciones. Con frecuencia, se filtraba el de que la corona había detenido varias veces a asesinos tratando de dar a muerte al conserje del rey y así infiltrar uno que lo hiciera cambiar sus planes ante la corte suprema de justicia. La corte se había separado de las ideas expansionistas del reino de Ormux, a su vez intentaba quedar fuera del conflicto armado que tenía este último con su vecino, Daifa. Por más de ---- ambos reinos se habían disputado líneas fronterizas marítimas y terrenales. Solo con cartas visas, se podía transitar por esos lindes.
 
En una visita del máximo clérigo, representante de la religión Leirdal, promulgaba la masiva creación de dogmas y religiones clandestinas opacando la adoración de los antiguos dioses. Los dioses forasteros no eran nada ante su creencia y filosofía, tanto así que estaba dispuesto a defender su fe con la guerra. Las demás religiones nunca irrespetaron al máximo clérigo, pero tampoco cerraron las puertas a nuevas creencias y nuevos dioses lo cual exaspero al líder religioso. Después de su visita, se supo que estaba creando un ejército de fieles para erradicar las prácticas de religiones foráneas.
Ragard dentro de él supo que esto no eran buenos augurios y que repercutiría en el desenvolvimiento del desarrollo de la historia de este planeta. Temía por su incapacidad de hacer algo fructífero. También dejo que la línea de acciones del mundo exterior no lo alterara, pues su atención estaba puesta en el trágico arcano que había leído.
 
 
El cuarto día llego en un pueblo agitado entre cabezas de ganado y marchas bélicas. Al cabo de las horas de este día, Ragard recibió la visita de la Grisna que había enviado hacia las montañas. Era una mañana fría y por lo que llevaba del día había olvidado su ansiedad, pero con la visita inesperada su pulso volvió a ser una locura.
Abriendo el pequeño lienzo atado a la pata del ave leyó:
 
“Hoy recibimos tus escritos, pero creemos que es tarde ya. Aquí por encima de las nubes se puede distinguir lo que será un largo eclipse. Solo se debe despejar la neblina eterna y ustedes lo presenciaran…LAS LAGRIMAS DE FUEGO LO CUBRIRAN TODO”
 
No pudo conservar su calma y con desconsuelo se precipitó hacia lo más oscuro de su mazmorra. Pensó en no correr la noticia, pero también lo acoso la idea de esperar el final en su recinto. Lo envolvió un sentimiento que lo hacía sentir egoísta con los demás, pero creía que lo más importante era contener el caos, no crearlo. Su existencia tenía marcada los  infortunios que de alguna u otra manera nunca habían parado.  Sus treinta y dos años habían sido tan duros como las mismas pesadillas que a diario lo acompañaban y tan crudos que ni siquiera los buenos momentos aliviaban el dolor que cargaba en su alma.
Desandando la vida de ese hombre de mediana altura, tez morena, cabello castaño rizado y delgado se resumían efectos de malas decisiones y de malos consejos. Su alma cargaba el peso de un hombre que quiso hacer el bien, pero fue el mal lo que termino por tachar su destino. Su más ínfimo deseo  de terminar sus días al cuidado de muchos hijos y de un rancho con campos de café, parecía estar lejos de lo que en verdad seria su aciago final. Ragard había asimilado cuál era su destino, pero lo acongojaba el hecho de saber algo que muchos no. Esa idea lo atormentó una noche más en los rincones de su celda.
 
En un santiamén llego el día en que el concejo y el tribunal de la corte real de Zenegh, dictaran como terminada la condena de Ragard. Lo harían después del mediodía y era muy temprano en la mañana. El que había caído en garras del encierro por su don de Zonotorh, no se molestaba  en preocuparse por su libertad, solo le cercenaba la tranquilidad el oscuro arcano que había leído tres noches atrás. Antes de quedar en libertad había planeado llevar consigo pocas cosas, entre ellas su mazo dorado de cartas videntes. Hacia frio y calentaba un poco de agua para tomar café recién preparado. Sentado meditabundo, recordó que su don no lo podía controlar a él, que era él quien manejaba su don.
Se calentó las manos un poco entumidas con la taza de barro que contenía el aromático café. Luego de pequeños sorbos tomó de su alforja el mazo de cartas y decidido a ver algo más, las barajó. Después de hacer buenos mosaicos entre sus manos, postro algunas cartas en la mesa. Ubicó cuatro cartas en forma de rombo con una carta en la mitad. Descubrió la carta de la parte superior dejando al descubierto una ilustración. Era la imagen de un caballero sentado en un trono de espadas. En su mano derecha sostenía un lienzo y en su otro antebrazo se postraba un halcón mensajero.
 

Trono de espadas….- Estudio con detenimiento su arcano, luego hablo para sí mismo – las espadas son de acero, algunas de hierro, el acero fue dado como prueba de un mal doloroso. El caballero, mancebo vigoroso contra fe enemiga. El lienzo, la libertad será a sangre, a coro  y a grito. El halcón mensajero, de mal en bien el tiempo cambiara, se hará renovar el viejo tiempo de grandes sufrimientos… tras el humo de la guerra estará su blanca mano. Esto es un buen augurio.

 
Terminada la primera carta, se destinó a voltear la carta de su izquierda. Al dejarla en descubierto, la ilustración de una mujer saliendo de una fuente, invadida de colores y destellando luz de su frente, fue detallada para ser glosada.
 

La guía, del salón de los colores recordara a cual pertenecerán. De blanco y negro los dos entremezclados…sangre en tierras enloquecidas. Rojo y amarillo unirá a los suyos… - pauso para tomar más café- paz cruzara el cielo, las aguas, las nieves….aunque invidente, su guía retumbará.

 
 
Verificando que sus arcanos no eran errados o difusos prosiguió con la carta de su derecha. Las cartas estaban llenas de muchas cosas intrigantes, cosas positivas y negativas. Este arcano debía mostrarle en algún momento la posible solución a lo que se aproximaba. Intento voltear la carta, pero una luz flameante lo detuvo. La concentración de estar ubicada en sus cartas, paso a centrarse en  otra importancia. Camino con curiosidad hacia la puerta de barrotes, para darse cuenta cual era el origen de la alboreada.
Era un cuadro nunca pensado en su imaginación, una esfera de fuego  se dirigía a gran velocidad hacia la superficie.  Aún más allá del horizonte la pompa impactó con fuerza en la tierra. Su explosión centelleó con inagotable energía a todo Laugros y más lejos, dejando a Ragard por unos segundos sin vista. A pesar de que el tamaño de la esfera no era muy grande, la energía que desato fue tanta que la tierra rugió y se estremeció con violencia. Después de un fuerte temblor, la temperatura del aire subió bastante y una nube grisácea se acercaba con rapidez.
Aterrado no se movió de la puerta sin darse cuenta que lo que se acercaba, podría calcinarlo vivo en segundos. Aunque sus ojos evidenciaban como la nube devoraba todo con un apetito fogoso, no parecía entrar en la realidad que se le venía encima. Con dificultad salía de su asombro para tratar de esconderse. En el lado derecho de su calabozo encontró la más rápida vía para salvar su pellejo. En la letrina vio un buen espacio que mitigaría el choque. Con agua de un cántaro, ágilmente  empapo las sabanas y mantos de su cama, para escudar su cuerpo. En la esquina más cerrada de su rincón puso la capa gruesa de mantos sobre él y aguardo apretando los dientes y con los ojos cerrados.
 
La brisa era suave como cuando su madre lo acariciaba, la frescura de unas manos delicadas reflejada en el soplo matutino, al lado del granero. El padre de Ragard, implantaba pequeños tallos de café en sacos elásticos, para dejarlos crecer y así cambiarlos directamente al campo después de seis largas [2]sagas.  Maravillado por la disciplina que su padre mostraba al hacer esta tarea, el niño casi ni parpadeaba lleno de admiración.
Sentado en una ventada alta del granero, vio como el tiempo se detenía congelando a su progenitor y como una galería de imágenes lo abordaron causándole una fuerte impresión. Un duro mareo seguido de visiones de su familia, de la muerte de sus padres, del amigo que lo traicionaría, de un rey injusto, de las lágrimas de fuego... la oscuridad lo  refugió, acompañado de una voz distante que lo arrullaba con finos versos de una canción de cuna. Con voz entre cortada y dormida el niño inquiría a su madre que era lo que lo acosaba, que rara enfermedad lo contaminaba.
 

Mi hermoso querubín, no podrá existir jamás enfermedad que te contamine- dijo mamá mientras besaba a su infante -  Aquí estaré para calmarte tus agobios. No sufres más que de milagros…

 


Pero mamá, no terminan, todavía están en mi cabeza. – susurraba Ragard aun apretando los labios, envuelto en una pared de mantos húmedos y polvo – ¿Mamá, donde estás?

 
El polvo que respiraba, lo condujo a toser en repetidas ocasiones y así traerlo de vuelta a la celda donde esperaba la calamidad final. Aclaro la vista distinguiendo entre la nube de polvareda pocas ruinas. Al parecer la embestida había sido fuerte, pero no para derrumbar las paredes de su aposento. A su alrededor, la destrucción había sido baja, pero no confió tampoco del estado final de la habitación. Solo un movimiento rudo podría ser el último desenlace de toda la construcción. Entre los escombros de las paredes y el techo caído, sus pertenencias habían sido ocultadas por el polvo y los trozos de barro y roca. Recuperaba las ropas que no se habían estropeado mucho y también recolectó por completo su mazo de esquelas. Mientras reparaba el lugar en ruinas, detalló que la puerta de barrotes había sido arrancada de su base.
El silencio estuvo presente mientras su desorientación reinaba. Alzo la mirada desorbitada, hacia la salida que aún se atiborraba de polvo. Camino suavemente para encontrarse con un paisaje fúnebre. Lo que él había conocido de Laugros, ahora no era más que llamas y dolor. Los cuerpos de mucha gente decoraban la funesta obra y los campos danzaban ahora es espigas de fuego.
Recobrando el aliento, secó el sudor frio que viajaba frente abajo y decidió no quedarse a ser parte de la pintura. Una alforja tejida en lana todavía pendía de la pared a la cual decoraba. Era suficiente para unas ropas, un poco de café macerado y su mazo de cartas. Nunca sintió que infringía la ley de nuevo, quizá por la consternación no supo qué tiempo era, pero ya se sentía libre de nuevo. No llevaba nada de [3]ripias u otra clase de dinero. Caminó y mientras lo hiso, ayudaba a quien lo necesitaba, nunca dejo a nadie sin siquiera una palabra de consuelo.
Al sur destino sus pasos que eran cortos al principio, pero con el paso del tiempo fueron más largos y apresurados. Inmerso en una solemne introspección, no extrañó la cercanía de los muros que lo acompañaron por tantos años. No notó el cambio del aire pesado y húmedo al del frio aroma de los pinos. Los pinos azules lo envolvieron, sin inmutarse se aproximó a una pared de ramas que lo obligaron a despabilar.
 
No encontraba la salida a ese laberinto de ramas, solo un gran velo azul lo cercaba haciéndolo girar en círculos. Al no hallar la salida sintió la necesidad de correr en alguna dirección y así se lanzó en una huida desesperada. Las ramas de pino le golpeaban como látigos en su piel y en ningún momento perdieron su espesura. No supo que tanto corrió, pero aun lo hacía sin guardar aliento, fue allí entonces cuando un vacío bajo sus pies lo hiso separar de la fosca de los árboles.
 
El golpe fue en seco. Hubo poco dolor, más bien cansancio, la quietud del silencio le otorgaba tranquilidad. Estaba tendido en una cama suave de hierba y los susurros de las hojas lejanas, hablaban en lenguas primitivas, lenguas que ningún hombre podría entender, pues su propósito siempre fue ese. Con lentitud abrió sus ojos para ver el claro del firmamento. Comprendió con lo que observaba, que el tiempo que estuvo ausente, lo habían hecho cambiar y que lo que él una vez conoció ahora era totalmente nuevo. Enfoco su mirada en un claro azul que se vestía de fuego. Noto que la neblina no estaba y que según sus cálculos, no era la saga donde se disipaba, también vio que el ardor que iluminaba el cielo eran esferas de fuego.
 

Lágrimas de fuego… - dijo suavemente

 
Erguido reviso su entorno, calculando que tanto se había alejado del desastre. El aire aún era pesado y caliente, y su indagación le dio a conocer que los pinos azules por donde había corrido era la parte más sana al igual que algunas otras partes. Un brillo de fuego lo antecedía y varias partes en al frente suyo también se pintaban de ese color. Camino tratando de situarse, pero no podía con el caos a su alrededor y sin una canica de ubicación. El sol casi no se podía visar gracias a la capa gris de humo y polvo que flotaba en lo alto. Respiro profundo y camino a ciegas. Al cabo de varios pasos escucho una gran algarabía. Combinación de llantos, gritos, ruedas de madera, cascos de caballos y otra galería de sonidos lo llevaron a encontrarse con una caravana que huía. 
Era gente de Laugros, eran granjeros dejando su tierra hecha fuego. Los militares que todavía vivían, soportaban seguridad a los dolientes. Caminó sigiloso y se mezcló entre la población muy atento a sus suplicas y comentarios. Había un fuerte sentimiento de tristeza, sumándose el abrigo de la ruina. Muchos habían perdido sus tierras pero sus seres vivos estaban cerca. Otros por el contrario, tenían sus pertenecías pero les faltaba su sangre, su linaje se había descompletado. No fue intruso al acongojo y se sumió al funeral silencio de los que decían adiós.
La aglomeración se movió a paso lento hacia la capital de Zenegh, Ghenil. El rey había establecido tiendas de curación y abastecimiento para los afectados por la calamidad. No había muchos curanderos en Zenegh pues su fuerte era la agricultura, por eso la armada se encargó de los heridos. Ragard ayudo a mover camas y a llevar agua, al igual que a colocar vendajes. Nunca antes se había sentido tan útil como ahora, incluso dejaba escapar cortas sonrisas de alivio. Aunque era su alivio, no dejo de ser contagiado de la tragedia de otros, por eso la motivación de ayudar podía más que el hambre misma.
Abatido por el cansancio, se detuvo a tomar aliento en un costado de las múltiples cabinas que resguardaban esa noche a los dolientes. La quietud del momento fue alterada por un sentir incómodo y en un momento juro no estar solo. La cercanía fue siendo más intensa pero a la vez conocida.
 

Zonotorh… - dijo una voz antigua

 


Esa voz…- Ragard descubrió su compañía sentado en la oscuridad como una gárgola- Kanthus, pese a los años aun conservas la intriga en tu voz.

 


Supe que hoy te daban libertad y no quise perderme ningún detalle

 


No me malinterpretes, pero los detalles te los sabes de memoria, así que deja la hipocresía.

 


Habrás leído un arcano que mostró lo que pasa, ¿no es verdad?

 


Sí, pero no quiero crear más caos del que tenemos allí en esas tiendas. – dijo Ragard llevando la mano a su cansada vista – no creo que seas indiferente a lo que pienso.

 


Déjame verlo de esta manera, te postras a cuestas un secreto que creara un caos inimaginable y esas cargas recaen en tu conciencia… pues es una decisión un poco absurda, para un Zonotorh.

 


No te hagas el honorable, en los días que pudiste cargar con un secreto así, me diste la espalda y sin importar que compartes la misma raza que yo… ¿predicas esas conjeturas?

 


Si, Si, Si, - añadió Kanthus- por momentos olvido que soy un Zonotorh… retirado pero lo soy

 


No me perturbes, debo centrarme en encontrar la ayuda suficiente para evitar una catástrofe mayor. Y tengo muy poco tiempo, el eclipse será en siete días.

 


Puedo notar que el estar en una celda estropeo tu don. ¿Hace cuánto no leías un arcano?

 


En verdad, ya lo he olvidado… - contesto Ragard encogido de hombros

 


Si mal no recuerdo, fue hace veintinueve años desde entonces, cuando te atraparon.

 


Si me atraparon, para tu huir como un cobarde, guardándote el orgullo.

 


¿Orgullo?, ¿orgullo de ser un mensajero de desastres y calamidades? – Exclamó Kanthus en su postura de gárgola- no, no mi amigo Zonotorh, yo también pague mi condena. Y déjame despabilarte, si te acuerdas cuando estudiábamos [4]astromancia, los eclipses trilunares ocurren cada tres años y este año es eclipse. Haciendo cuenta de lo que lleva el nuevo ciclo, faltan dos años y siete días para el apareamiento lunar.

 
Esa declaración había dejado un poco preocupado al Zonotorh, nunca pensó en errar en un arcano. Nunca por falta de uso  de su don, y menos en uno tan crucial. Al mismo tiempo sintió ahínco, pues reparando  la situación tendría más tiempo para tratar de encontrar soluciones. Estas soluciones deberían ser el resultado de un plan que siquiera por desgracia tenía. La verdad dicha en un momento de dolor y de desesperación aconstipó  por esa noche al vidente de las cartas. En su regazo, el vidente estudiaba los siguientes pasos. Uno de ellos era pedir audiencia con el rey de Zenegh, para ponerlo al tanto de la situación.
Su única preocupación, estaba en reanimar la cacería de los Zonotorh, a pesar de que su estirpe ya habían sido casi exterminada, allí encerrado no supo si la persecución hacia los videntes había terminado o no. En Zenegh no podría estar la ayuda que necesitaba y tampoco creyó que el rey tomara en serio a las presunciones de un ex convicto.
 
Al siguiente día, no se preocupó por ayudar pues la guardia real ya tenía casi todo en calma. Tampoco intento dar con Kanthus, solo camino alejándose de la muchedumbre. Intento  ser lo más prudente y sigiloso posible, pero alguien si noto su partida y allí estaba para verlo partir.
 

Sé que intentaras hasta lo más arriesgado por hallar una solución a este eminente caos, - Dijo Kanthus a u lado del camino- intuyo que cualquier ayuda que recibas es bienvenida, así que déjame darte esto.

 
Al son de la luz matinal, Ragard, estudio la estampa de Kanthus y vio que el tiempo  no había sido inclemente solo con él, sino con su compañero también. Noto a un hombre de casi la misma estatura que él, de cabello lacio largo hasta su espalda, ojos rasgados y pequeños. Su vestimenta nunca fue muy lujosa o complicada, un camisón de mangas largas terminada en un correa que envolvía su cintura, para dar paso a unos pantalones de cuero matizando con botas de trabajo. Nunca aparto su lente izquierdo, lo hacía ver más culto e inteligente. De adentro de su camisón saco una envoltura de cuero amarrada con cuerdas de lana. La tomó con sumo cuidado y en un ceremonioso momento fijo sus ojos en los de Ragard.
 

Hermano de linaje, toma una de mis arcanicas posiciones. No desesperes en averiguar su significado ya que lo tendrás cuando el arcano que descubra la salida a este drama que se avecina  este casi completo, esta carta te ayudara a completarlo. Mientras tanto déjala en enigma.

 


Puedo preguntar ¿Por qué me ayudas?- inquirió Ragard con la carta en manos.

 


Pongámoslo en esta forma, somos hermanos de linaje, sé que en el fondo buscas limpiar el nombre de los videntes, acto muy bondadoso y peligroso a la vez. De lo que si estoy de acuerdo es que jamás negaremos lo que somos… Zonotorh. Ahora ve, ahora tu tiempo y vigila siempre tus espaldas no son tiempos seguros. Nos volveremos a ver en mejores épocas, lo sé.

 
Con el augurio de esas profecías, Ragard caminó extrañado y aún más colapsado se preguntaba porque las cosas no podía ser de otra manera, porque no podía manipular la sucesión de eventos para calmar su intranquilidad. Ese día destino su avance hacia Ormux, estaba a casi cuatro noches y no quería perder tiempo. Por fortuna las tiendas de campaña habían abastecido con buenas provisiones para el viaje al que se había lanzado. Esa noche encontró una cabaña abandonada rodeada por campos de trigo y cebada. El olor de la cebada le hacía antojarse profundamente de una buena cerveza de cereal fresco.
Comía pan y agua de arroz, un poco fermentada sabría a una cerveza, pensaba. Reunió su mazo de cartas y pretendía leer arcanos, pero la mitigación por encontrar malas noticias, lo hacían desistir de esa labor.  La fogata calentaba agua y en pocos minutos estaría lista para hacer café. Bebida que creció con él y antes con el padre de su padre.
La frescura de la llanura traía con su viento el fugaz soplo del sueño. Acomodo algunas alforjas de dormir cerca del fuego y entro en meditación, esperaba ser acogido completamente por el sueño, mientras por las hendijas de madera observaba las lágrimas de fuego.
 
 
 
 
 
 
 
[1] Grisna: Conocida también como paloma.

[2] Meses

[3] monedas

[4] Don de leer el futuro con el comportamiento de los astros.

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 09.10.2015.

 
 

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