Frank Mayhem

La aburrida historia de João

La historia de João era una historia sin mucho que contar. João era Lisboeta, había nacido y crecido en Lisboa, y por alguna extraña razón sabía que moriría allí. En el mismo lecho en el que nació. En el mismo en el que su madre talló la fecha de su nacimiento en el cabecero de madera y en el que nadie tallaría la fecha de la muerte de João, fuera cual fuera ésta.
Como decía,  João era un tipo sin mucho que contar. Sus palabras y su sabiduría adquiridas durante su simple, humilde y, a la vez, triste vida prefería guardarlas para él. Eran su tesoro y no quería compartirlo. Tampoco nadie se lo pidió nunca. Y muy probablemente nunca lo haría nadie. La mayoría de la gente seguramente cría que no tenía ninguno, ¿que podía tener el bueno y sucio de João? Ni palabras, ni tesoros. Sólo mal aliento y una mirada serena. Pero eso no le importaba a nadie. Ni siquiera a João.
 Lo que si tenía el pobre de João era una larga melena de color gris y una prominente barba que, seguramente, se juntaban en algún punto de su cara del que ni siquiera João se acordaba. El bueno de João.
Las largas cejas grises de João casi le tapaban los ojos, pero eso tampoco le importaba a nadie, tampoco a él; quien no necesitaba los ojos para guiarse dentro del radio de siete kilómetros  cuadrados a la redonda en el que João sólo se había movido desde que nació.
El bueno y mal oliente João, decían los vecinos. Estaban tan acostumbrados a él como a las farolas de su calle. Aun al pasar por su lado nadie ya advertía de su presencia. Tampoco João hacía nada por llamarla. João, para sus vecinos, era como la brisa para los marineros, estaban tan acostumbrados a su presencia que ni siquiera la notaban al pasar.
João siempre llevaba su abrigo  de plumas negro y agujereado fuera la época del año que fuera. Algunas personas del lugar decían que su madre lo arropó con él al nacer, pero nadie se lo preguntó jamás. No es que le tuvieran miedo, es que no les importaba. Tampoco le importaba a João.
João también tenía tres camisetas: una blanca, otra negra y otra gris. Las cuales iba alternando día tras día. João también tenía un pantalón tejano sucio y agujereado, como él. El bueno de João y su abrigo de plumas agujereado. João iba dejando un rastro de pequeñas plumas blancas tras de si los días de viento. João era como un ángel, sólo que no brillaba ni tenía alas.
João tenía una vida apacible y tranquila, como las nubes de Lisboa. Nunca conoció a su padre y su madre murió cuando él era joven. Pero João no tenía lágrimas, así que nunca les lloró. El insensible e inexpresivo João.
João trabajaba en un motel que alquilaba sus habitaciones por horas a los hombres pudientes y a los turistas. Al lado del motel había un club de prostitutas donde los caballeros podían conocer a las que serían sus acompañantes y amantes a saldo esa noche para llevarlas, luego, al motel. El motel estaba situado al otro lado de la plaza, donde estaba la casa en la que João nació. Era un motel con habitaciones temáticas, cada una de ellas decorada a cual más extravagante. Luces de Neón, pétalos de rosa, botellas de Champaign francés, sabanas de seda, ríos de agua iluminada con bombillas rosa fucsia que cruzaban la habitación…era un paraíso para los sentidos, si podías permitirte la suma de dinero que valía cada hora. Estaba alejado de los barrios de alto standing y los hoteles de cinco estrellas donde descansaban los clientes del prostíbulo y del motel y donde éstos podían estar a salvo de las miradas indiscretas y delatoras de posibles compañeros de oficina y amigas de esposas chismosas. La única mirada con la que te podías cruzar era con la de João esperando pacientemente sentado en la entrada de su casa a que llegara su hora de empezar a trabajar. Pero la mirada de João no despertaba preocupación en los adúlteros de billetera y corbata más de la que podría despertar una tranquila puesta de sol en la playa.
El trabajo de João era sencillo, cuando el motel cerraba, deambulaba en silencio de habitación en habitación recogiendo a mano desnuda los clínex pegajosos llenos de desahogo del stress laboral y familiar de los clientes. A João le gustaba sentarse en las camas, entre las sabanas arrugadas, y acariciarlas en silencio. Le gustaba sentir la suavidad y la textura de la seda entre sus dedos, era lo más bello que había tocado nunca. A João también le gustaba arrugarlas entre sus manos y olerlas, dejaba que la nariz se le impregnara del olor a sudor y vergüenza que desprendían. Eso le hacía sentir algo. Para João olían a amor, amor de alquiler; sí,  pero amor al fin y al cabo. João podía reconocer cual de las chicas había estado en esa habitación sólo por el olor que había dejado en la sabana, y no era por el perfume o la colonia, era algo mucho más profundo. Algo que sólo él podía entender. Allí era sólo cuando João podía dibujar una pequeña sonrisa, o algo que se le parecía. Nunca sonreía fuera de allí, pero eso tampoco le importaba a nadie. João el risueño.
 João también solía apurar los restos de las botellas de Champaign que los clientes dejaban. Una sola de aquellas gotas valía más dinero que toda la comida que João había consumido durante su vida junta. Pero no le gustaba demasiado. Había demasiado gas entre aquellas burbujas de oro  para su delicado paladar. João el delicado, João el que no sabía apreciar las delicias de la exquisitez.
Cuando João no estaba trabajando solía pasarse las horas bebiendo de un cartón de vino en la plaza que había al lado de su casa. João había crecido en esa plaza, contemplando en silencio a los vagabundos que allí vivían. Pero nunca le dijeron nada, a ellos tampoco les importaba João, y nadie nunca le preguntó a João si a él le importaban ellos. El pequeño João, el niño que no juega, el niño que está y no está, João, el niño que nunca será adulto y el adulto que nunca fue niño.
João solía también sentarse en la puerta de su casa a beber vino y a observar tranquilamente a la gente mientras esperaba que fuera la hora de entrar a trabajar.  João miraba pero no juzgaba a los clientes que salían del motel. Sus ojos contemplaban el vacio sin importar lo que estuviera pasando en el vacio en ese momento. João el observador que no observaba.
 João se sentaba en silencio durante horas a esperar que fuera el momento de entrar a trabajar aunque no había más que unos pocos segundos de su casa al motel. El bueno de João el puntual.
Para João el tiempo carecía de cualquier sentido, para João las horas, los días y la vida no era más que un puro trámite entre el nacimiento y la muerte. Aunque él no lo supiera, o al menos sin que nunca hubiera hecho gala de saberlo. João el malgastador de tiempo, João el filósofo silencioso, João el filósofo sin filosofía.
 Cuando João no estaba en su trabajo en el motel o bebiendo vino en la puerta de su casa o en la plaza, solía hacer algún que otro trabajo de mantenimiento para una residencia de estudiantes que había junto al motel. João el pluriempleado.
João no le daba mayor importancia al dinero más que la que le daba al vino embasado en cartón. Para João el dinero sólo era algo que intercambiar por vino y paquetes de Jamón York con los que poder mantener erguido su esquelético cuerpo. João, el bueno y delgado João.
Cuando el amo de la residencia debía marchar por asuntos fuera de la ciudad dejaba encargado a João para que arreglara cualquier cosa que se estropeara. João el manitas.
Nunca firmaron un contrato y nunca cruzaron palabra. El propietario de la residencia había sido vecino de João toda la vida y nunca cruzaron más que miradas. El bueno y escueto João.
Un día el propietario se acerco a João mientras éste bebía vino en el escalón de su casa y le preguntó a João si quería encargarse de arreglar una puerta que chirriaba en la residencia por que él tenía que coger un tren a Porto, le prometió veinte euros. João sin estructurar palabra alguna y sin apartar sus fríos y penetrantes ojos de los del propietario se levantó y fue a arreglarlo. Nadie conocía el motivo por el que João sabía arreglar cosas y nunca se lo preguntaron, tampoco les importaba, seguramente tampoco João sabía por qué tenía maña. Pero tampoco a él le importaba, o eso parecía.
Cada vez que el gerente de la residencia se iba bastaba con que al salir le dirigiera a João una mirada más larga de lo normal para que supiera que se iba y que era posible que alguien le pidiera que arreglara algo en su ausencia. Cada vez que esto ocurría, João se quedaba bebiendo su vino y pensando en lo que nadie nunca sabrá hasta que la noche caía. Entonces João se deslizaba entre las oscuras sombras de la noche y esquivando las tintineantes luces de las farolas cruzaba la plaza como cruza un soplo de aire un bosque tranquilo en el que no hay nadie y se colocaba bajo las cuerdas de tender la ropa de las habitaciones. João el astuto por accidente, João el viento.
 Se subía a una escalera y aflojaba las cuerdas de tender. Luego volvía a su desgastado escalón a seguir esperando lo que nadie sabía, y lo que a nadie le importaba. João el paciente.
A la mañana siguiente alguna muchachita que estaba en Lisboa de intercambio con la universidad se acercaba medio temblando, medio avergonzada y le pedía amablemente a João que si podía tensarle la cuerda de tender la ropa. João contestaba dejando caer los ojos y la muchacha entendía que lo haría. La mirada de João, un idioma universal.
La sombra de João caminaba al mismo ritmo que el sol se movía mientras la proyectaba en el suelo. Algunos lugareños aseguran haber visto a João pasar días sentado en la puerta de su casa bebiendo la misma botella de vino, otros aseguran haber visto a pájaros posarse en su cabeza y  él ni inmutarse, algunos dicen que João no respira, otros que João es un fantasma. Pero nadie le pregunta. Y João no le cuenta nada a nadie. Y ese es el único momento en el que João vive en la consciencia colectiva de sus vecinos, el segundo en que tardan en contarse un cotilleo o una broma sobre João, luego siguen con sus vidas, no tienen más tiempo que dedicarle.
 La mañana cae sobre Lisboa sin pillar a nadie desprevenido y João está de nuevo en el portal. Nadie sabe si ha estado ahí toda la noche o si acaba de llegar. Tampoco había nadie momentos antes que pasara la primera persona. Cuando ya no queda más gente en el piso João se levanta y pica a la puerta, la recepcionista le abre la puerta de la residencia y le deja pasar sin saludar siquiera. Conoce desde hace mucho a João y sabe que tampoco le iba a contestar, así que se limitan a mirarse. João el antisocial.
João pasa a la residencia vacía de gente y entra en la habitación de la chica que le avisó. Tensa las cuerdas en poco más que un par de segundos y se queda contemplando la habitación en silencio. João mira alrededor hasta encontrar unas bragas sucias y usadas de la chica encima de la cama. Las coge entre sus manos y las acurruca con cuidado, como el que coge una cría de pájaro, y se sienta en la cama. João el cuidadoso.
Las mira con atención, observa con admiración la pequeña línea amarilla blanquecina que hay en su interior. João el observador.
Pero nadie sabría decir con exactitud si eso le produce a João alguna emoción. Su mirada se mantiene tranquila e inalterable. Se las acerca a la cara, cierra los ojos y hunde su rostro en ellas para aspirar profundamente.  João el profundo.
Seguramente João se pregunta si es así como huele el amor, si es así como huele el sexo, si es así como huele la vida. Pero nadie responde porque João no pregunta, João solo está; João sólo pasa. Como los buenos y los malos momentos.
Cuando han transcurrido unos instantes João sale de la residencia y vuelve a su plaza a esperar. João no espera a nadie porque nadie espera a João, ni siquiera la muerte espera a João, ni él a ella. Quizá la muerte le venga un día, quizá la muerte se olvide del bueno de João. O quizá la muerte ya vino un día a buscar a João, pero nadie lo sabe porque nadie le ha preguntado. Porque a nadie le importa.

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 09.09.2014.

 
 

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