Ramón Antonio Suárez Moreno

El Pueblo o cómo es la economía


 
Venancio recibió la visita de su tía que venía desde Irún. Después de pasar algún tiempo en el pueblo asturiano, la tía se despidió.
            ―He pasado unas jornadas muy agradables aquí. Pero ya debo irme. Observo con gusto que tu negocio es muy bueno, y que cada vez que vengo, hay más y más pollos.
            Caminaban rumbo a la estación de autobuses. Miró a su alrededor.
            ―Incluso se puede decir que le va bien a todo el pueblo ―siguió la plática ―. Pero creo que tengo que decirte algo. Sabes que a veces veo cosas entre sueños. Y antenoche tuve una visión. Según ella, se viene una época económica muy dura, más fuerte de lo que te puedas imaginar. Creo que debes tomar precauciones.
            Siguieron avanzando, esta vez sin decir palabra.
            ―Simplemente te lo digo. Ya sabrás que hacer.
            El camión estaba a punto de salir cuando llegaron. Con rapidez, se subió la tía al vehículo y salió de camino a su casa.
            Cuando iba de regreso, Venancio se puso a pensar en lo que su tía le comentó. Ella, desde pequeña había tenido siempre visiones y la familia la tomaba muy en serio.
            Llegó hasta la granja donde criaba los pollos. Hoy en día era uno de los negocios más prósperos del pueblo. ¿Pero que le va a pasar a la empresa si se desata un problema económico? Probablemente, ya no podrá vender tantos pollos. Se incrementarán en cantidad y subirán los costos de operación. El producto saldrá más caro y se venderá aún menos. Entonces tendrá que sacrificar a algunos animales y se quedará con un esqueleto de lo que es ahora su industria. Y no tendrá con que vivir.
            Tenía que ir a la ciudad ese día para su visita semanal para vender los pollos. Decidió que lo mejor era no jugársela. Contrató más camiones y se llevaron la mayoría de los pájaros.
            En la ciudad, luchó, rebajó precios, hasta deshacerse de toda su carga. Haciendo cuentas, incluso salió perdiendo. Pero no importaba, ya había hecho líquido su negocio. Ahora a meterlo a invertir con Don Ángel y esperar a que vengan los buenos tiempos para volver a empezar el negocio. Pero cuando se diera, como los demás no tenían liquidez, y él sí, entonces dominaría una parte proporcional mayor del mercado.
            Antes de que saliera de la ciudad, se encontró a Frutos. Él era el carnicero y ganadero mayor del pueblo. Venancio, Frutos y Don Ángel eran los más ricos del sitio. Eran además los mayores empleadores de la zona.
            ―¡Ea! ¡Venancio! Que me he enterado que has vendido una buena cantidad de pollos.
            ―Lo tuve que hacer. Se viene un problema económico gigantesco y quiero tener mi dinero constante y sonante para sortearlo.
            Se despidieron y Frutos se quedó pensando. Lo mejor era imitar a Venancio y hacer líquido el negocio. Al día siguiente malbarató su ganado, pero salió contento. Ahora lo invertiría con Don Ángel.
            Sin decirle algo sobre la crisis que se venía en ciernes, por separado, visitaron a Don Ángel, que gustoso, les informó que tenía un proyecto para construir un pequeño centro comercial a las afueras del pueblo. Incluso iban a tener multisalas de cine como en las grandes ciudades. Y era una inversión segura, ya que, aunque se detuviese la obra, tendrían el terreno y lo construído garantizando su inversión.
A la semana siguiente, comenzaron la construcción.
Venancio y Frutos tuvieron que despedir a sus empleados, ya que no había negocio. Les dieron algo de dinero.
Un matrimonio, que trabajaba para Venancio, avisó al dueño de la casa que alquilaba que tenía que irse, que ya no le podría pagar la renta. También liquidó la cuenta con la tienda de abarrotes y el restaurante. Se fueron a su pueblo natal, ahí podrían trabajar la tierra, aunque dejaba muy poco, pero se las arreglarían para ir sobreviviendo. Los demás empleados, siguieron, con algunas variaciones, el mismo camino.
 
La obra la tuvieron que suspender a los seis mese, debido a que los que dieron un enganche para comprar un local en la nueva zona comercial, ya no podían pagar las mensualidades. Don Ángel, quebrado, tuvo que retirarse del pueblo para ir a vivir a Madrid, a trabajar como asistente de un primo suyo. El inmueble a medio terminar a la entrada del pueblo era un recordatorio de tiempos mejores.
 
Ahora, los pocos habitantes del pueblo, se reúnen todos los días en la plaza para platicar entre ellos sobre lo caído de la economía, y que no se le ve alguna salida.
            De regreso a su casa, Venancio pensó en lo acertada que se vió su tía cuando le pronosticó la crisis.
       
 
                                               

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Veröffentlicht auf e-Stories.org am 01.09.2014.

 
 

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